sábado, 11 de octubre de 2008

LAS NIEVES ETERNAS

El ultimo capítulo de la primera parte de la historia. Ahora me tomaré un descanso:

CAPÍTULO 11: LAS NIEVES ETERNAS

A la mañana siguiente Pachi y Gri llevaron al cadáver del Maetro a un promotorio cercano a la ciudad. Allí crearon una pira funeraria y ponieron allí a su mentor. Obraron un hechizo igneo y la hoguera empezó a prender. Nadie más había venido al funeral aunque murió prtegiendo a la señora de Altaim y a todos sus súbditos. Cuando el fuego se extinguió sus cenizas volaron en el viento.

Después de ello los dosmontaron sus caballos y marcharon en dirección norte. Se hiban hacia la Sierra del Hierro dónde se asentaba la ciudad enana de Karhzah.

Por el camino Gri mejoró el dominio de la mágia y la espada gracias a Pachi. Pero no progresó tan rápido de lo que era normal en él porqué el hechizo que casi le mató le había undido las costillas del lado derechos. Era irrebersible.

Tardaron dos meses en llegar. El viaje se alargó porqué, para conseguir comida, tuvieron que trabajar en algunas misiones que les ofrecían en las tabernas de las ciudades humanas.

Al fin, un caluroso día veraniego, divisaron a lo lejos la Sierra del Hierro. Estaba compuesta por unas montañas altas, parcialmente nevadas por nieves perpetuas. Al pie de la sierra había un pueblo enano.

-¿Pero dónde está la ciudad? -preguntó Gri.

-Dentro de la montaña -dijo Pachi- las ciudades enanas casi siempre están bajo tierra.

El otro no se creyó las palabras de Pachi pero no replicó. Había visto cosas muy raras y esto parecía más raconable que, por ejemplo, la existéncia de trolls.

-¿Y por dónde entraremos? -preguntó Gri.

-Nosé... Preguntemos al pueblo ese.

En el pueblo preguntaron por la ciudad. Un anciano lugareño les dió las indicaciones. Subieron por la falda de la montaña por un camíno zigazageante, abandonado. De pronto el camino se hundía en la tierra y paraba en seco ante una pared de piedra totalmente lisa.

-Las puertas enanas... -dijo solamente Pachi- ¡Abrid, enanos!

Parecía algo estúpido hablarle a una pared. Pero debía tener algun efecto sonoro estraño o quizá debido a un pequeño agujero muy bien escondido que los muchachos no podían ver. Pero una voz potente, qué venía de la piedra, les respondió.

-¿Y si no queremos? -se mofó la voz.

-Pues... -dijo Pachi- Derrumbaré la puerta.

Unas vozes empezaron a reirse.

-Eh, qué sólo era una broma -tranquilizó la voz- ¿Quiénes sóis?

-Soy Pachi -se presentó el joven- Este es mi amigo Gri. Somos dos aprendices de mago. Venimos para hablar con el gran rei Throk. ¿Podemos pasar?

Las voz tardó un poco en responder.

Si -dijo solamente.

Se hoyó un crujido y el muro se levantó hacía arriba, dejando ver un oscuro y amplio pasadizo.

Cuando entraron dos enanos les salieron al encuentro. Estaban protegídos con cotas de malla y llevaban hachas de guerra. Los enanos registraro a los jovénes y les quitaron las armas y pócimas mágicas.

Un tercer enano los guió por el pasadizo iluminado por antorchas. El lugar estaba tallado con gran maestría en la roca viva con formas rectas. Había más pasadizos y grutas segundarias. Cuando ya habían avanzado bastante vieron que en las paredes habían tallado puertas y ventanas, eran casas, en dónde se veía a los enanos ocupados en sus actividades artesanales. Los dos viajeros se quedaron maravillados por el laberinto de casas. Pero se quedaron sin habla quando vieron lo siguiente.

Habían llegado a una enorme caverna que se soportaba gracias a una munión de pilares tallados que estaban ordenados en filas, decorados con colosos de piedra. El centro era atravesada por un arroyo subterráneo y este cruzado por un puentecito.

-Kurzhuck, la Caverna Oscura, así la llamamos -dijo el guía contagiado por el entusiasmo de los jóvenes.

Cruzaron aquel lugar y se fueron a un edificio lleno de columnas, tallado en la pared. Dejaron sus caballos a fuera y entraron.

Les condujeron por unos pasillos oscuros hasta que llegaron a unas puertas hechas de hierro protejidas por guárdias. Las cruzaron.

Estaban en una gran galeria oscura. Un chambelán les condujo hasta el otro extremo. Había un estrado en dónde reposaban dos estatúas gigantes. En medio de estas había un trono de mármol. Y en el trono se sentaba un enano ya muy viejo que lucía una corona de bronze.

-Bienbenidos a Karhzah, viajeros. -dijo el enano sentado en el trono- Soy Throk, señor de la Sierra de Hierro y rei de Karhzah ¿Con quénes tengo el honor de hablar?

Los muchachos se inclinaron. El otro no les pidió que se alzaran. Peo lo hicieron.
-Oh, mi señor -empezó Pachi- somos dos aprendizes del mago Brambleburr...

-A si... -interrumpió Throk- ¿Cómo le va?

-Está muerto -dijo solamente Gri.

El rei enano les dió el pésame.

-¿Qué queréis, magos? -preguntó el enano.

-Pues bién -dijo Pachi mientras sacaba el anillo de plata con incrustaciones que le había dado el Maestro y se lo entregaba al enano- Me dió esto para usted. Me dijo que le preguntara dónde vive el Ermitaño...

El enano observó el anillo y suspiró.

-Nunca pensé que llegaría este día... -dijo solamente- Os indicaré dónde se encuentra ese hombre. Pero primero quedaros unos días para reponeros del viaje.

-Pero ¿Por qué debemos hir a verlo? -preguntó Gri.

-Ya lo sabrás... -dijo Thork.

Se hospedaron en la ciudad sólo dos días en el palacio real. Aunque los enanos no veían con confianza la mágia los dos jovenes se adaptaron bastante bien. Los enanos eran gente muy bromista y graciosa. Además pudieron provar su famosisimas cervezas y hidromieles.

Al tercer día se reunieron con el rei enano en la corte.

-Debeis seguir un camino que ya os indicarán. Va al oeste, estas montañas son peligrosas incluso por nuestros mejores exploradores, seguidlo siempre... -dijo Throk.

Después de despedirse del rei un guerrero les guió por un pasadijo que subía un poco. Al cabo de un raro llegaron a una puerta de piedra más pequeña, vijilada por dos guerreros.

Así salieron, con sus monturas bien cargadas de provisiones y con sus armas, de la ciudad.

Uno de los enanos les inicó que dos caminos. El de la izquierda, el que vajaba, al Valle, el antiguo hogar de Gri, y el de la derecha era un camino más oculto y descuidado que subía, el que debían seguir.

Durante ocho eternos días los dos amigos recorrieron el camino que pasaba cerca de peligrosos acantilados y precipicios. Resistieron a tormentas de hielo gracias a los hechizos térmicos que se aplicaban encima. Lucharon sin parar para sobrevivir. Lo pasaron realmente mal ya que en más de una ocasión estuvieron a punto de perecer.

Esa noche, la del octavo día, había una tormenta especialmente densa que impedía la visivilidad. Asi que decidieron parar.

Les costó encontrar un pequeño abrigo rocoso en el que, con trabajos, cabían los chicos y los caballos.

Ni con la mágia mas fuerte consiguieron encender un fuego por lo que tuvieron que aplicar un hechizo calorífico al lugar. Aún así hacía frío.

Un enorme oso de la zona olió a los muchachos y a sus monturas. Este, acostumbrado a encontrar poca comida, se le hizo la boca agua. Hizo un bramido y corrió hacía el lugar.

Pachi era el que hacía guardia aquella noche pero no hoyó al oso porqué el viento soplaba en su contra.

Se había calentado un poco de agua, para sacarse del frío. Bebió un sorbo y dejo el cuenco a su lado. Nada se movía por allí.

Se miró en el reflejo del agua. Su cara estaba sucia del largo viaje, tenía la nariz y las mejillas rojas y trozos de nieve por el cabello.

De pronto el reflejo del agua se distorsionó por culpa de algúna cosa que había golpeado al suelo. Él ni nadie allí se había movido.

Pensó que sería algun trozo de nieve que se había desprendido. Si, era eso.

Pero volvió a mirar al reflejo. Vivraba cada vez con más intensidad. El joven se intranquilizó.

Algo saltó desde afuera del refugio. El oso.

El chico desemfundó su espada. El animal rugió tan fuerte que los caballos despertaron y se encabritaron. No huieron porqué estaban estacados. Gri también despertó, sobresaltado, desenfundando su hierro.

Pachi se defendía del animal. No tenía tiempo de atacarle con hechizos. Gri atacó también. El oso le dió un zarpazo. El joven cayó al suelo.

El oso le quito su espada a Pachi y lo tumbó al suelo. Lo tenía atrapado.

No sabía que hacer. El tiempo se agoaba. Cojió ua piedra del suelo. Apuntó y la tiró a la boca del animal. Acertó.

La bestia se ahogaba entre gimidos. Pachi lanzó un hechizo. El animal cayó al suelo, fulminado.

Pachi fue en ayuda de Gri.

-¡Gri! ¿Estas bien?

-Mas o menos...

El muchacho sólo tenía una leve herida.

Fueron a calmar a sus caballos.

En el noveno día la tormenta amainó. Lo aprovecharon.

El camino empezó a descender drásticamente. Hasta un diminuto valle. Descendieron hasta él.

Llegaron a un bosque, en dónde ya no nevaba. El camino terminaba de repente al lado de una cascada que caía de las montañas y que depositaba sus aguas en un enorme cuenco natural de dónde nacía un río.

Pararon a descansar allí.

Durante la noche Gri, que era el que tenía aquel turno, hoyó un ruido cercano. Al principio pensó que seria algun animal. Pero hoyó que aquello sólo andaba con dos patas y se acercaba.

Desembainó su espada y despertó a Pachi. Ambos se ponieron espalda contra espalda, preparados para atacar. Los pasos se hacían más cercanos. Pararon de golpe. Los dos sintieron cómo una fuerza doblegaba sus manos. Sus espadas cayeron al suelo.

-No teneis porqué temerme... -susurró unaa voz apagada.

-¡Pues muestra tu cara! -gritó Gri.

Apareció, de entre los arboles, un viejo de larga barba. Cuándo se fijaron más vieron que teníua las orejas picudas, un elfo. Pero tenía rasgos muy humanos. Vestía con pieles de animales y ojas secas. Parecía extremadamente viejo pero se mantenía muy altivo. Llevaba un báculo en una mano con el que se apoyaba.

-Soy quién buscais... -dijo el hombre.

-¿Vos soys el venerable Ermitaño? -preguntó Pachi.

-Exacto.

-Un momento -interrumió Gri- Disculpe pero qué es usted. Parece un elfo pero tiene la cara de una persona...

-Es que soy un elo-humano. Mis padres fueron Haerem y Fleien...

Los jovenes se quedaron pasmados.

-Pero -questionó Pachi- en la balada no se habla de ningún hijo.

-Ya... -contestó el anciano- Ningún hijo conocido... Esta balada es muy superficial...

-Pero yo tengo entendido que esto ocurrió hace mucho tiempo. -dijo Gri- Ni un elfo aguantaría tanto. ¿Es que soys imortal?

-Asi es... Renuncié a mi mortalidad para aprender la sabiduría infinita. Hacía tiempo que esperaba vuestra visita. Muchísimo antes de que nacieráis. Soys mi libertad...

Los chicos no entendían las palabras del Ermitaño. Pero el anciano no mentía.

-¿Cómom dice? -preguntó Gri.

-Ya lo sabrás. El destino os a traído aquí. El Maestro os envió a mi para que os entrenara. Y eso haré mientras viva.

Los muchachos estaban desconcertados.

-Uno de vosotros se hirá antes que el otro -dijo el anciano- ya que está más avanzado... El otro tardará más en aprender. Vuestros caminos se separan. ¿Queréis que os entrene cómo pidió el Maestro?

Los dos dudaron pero, al fin, contestaron.

-Si.

Era plenilunio en aquel remoto valle.

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