miércoles, 8 de octubre de 2008

EL BOSQUE DE LOS AMORES

El capítulo 7. Disfrutadlo:

CAPÍTULO 7: EL BOSQUE DE LOS AMORES

Alguien le despertó, era Pachi.

-Gri -le susurró- Despierta, hemos llegado.

Gri, con pereza, se levantó de la hamaca, se vistió y fue a la cubierta con Pachi.

Eran las siete de la mañana. El Sol haún no había salido y el barco navegaba en silencio por el rio. Habían llegado a un bosque muy denso.

-¿Dónde estamos? -le preguntó Gri, bostezando, a Pachi.

-En el Bosque de las Bayas. Hogar de los elfos.

-¿De quén?

-De los elfos. ¿No sabes quienes són?

-No...

-Pues los verás enseguida.

Al cabo de un rato divisaron, un poco más adelante del barco, en el lado izquierdo del río, unas luces. Quando se aproximaron mas vieron que había un par de embarcaderos. Las luces provenían de una lámparas sujetadas en unos postes en tierra firme.

El barco giró hacía uno de los embarcaderos. Atracó allí. Se aproximaron al barco dos hombres bastante altos.

Los marineros descargaron las mercancías mientras el mercader propietario del barco y el Maestro hablaban con los dos hombres. Gri y Pachi, al no saber qué hacer, se acercaron a estos. Observó a los hombres. Se quedó pasmado.

No eran hombres. Tenían rasgos un poco afeminados, eso si, las orejas acabadas en punta y una belleza sin igual. Vestían con colores verdes y marrones, para camuflarse entre el bosque. Pero demostraban tener un gran orgullo porqué estaban muy ergidos y tenían cierto aire de presumidos.

-Son elfos... -le susurró Pachi a Gri.

Entonces uno de los elfos le clavó, solo un momento, sus almendrados ojos a Pachi con una mirada de suficiencia. Parecía haberlo oido, aún que hablara bajito.

-Pues serán doscientos -dijo el otro elfo con una voz muy clara y musical- Más cincuenta más por las ratas.

-¡¿Qué?! -dijo Grahem, el mercader- ¿Cómo qué por las ratas?

-Si -dijo friamente el elfo- hay un nuevo decreto impuesto por el rei.

El otro no replicó. Le dió la cantidad que le pedía.

-Bueno -suspiró el mercader- Parece que ya os vais, mi señor.

-Así es -dijo el Maestro.

Los dos se estrecharon la mano. El mercader le ofreció su ayuda cuando lo necesitara y el Maestro le correspondió.

Grahem volvió al barco, junto a sus hombres. El Maestro reunió a los caballeros, los guerreros y a los muchachos junto al carro que contenía los restos de Bulbus.

-Seguiremos ese camino -dijo el Maestro mientras montaba en su caballo- Nos llevará a la ciudad élfica de Lemarelán.

Fueron por un camino muy estrecho entre los arboles, pero bien arreglado, siempre avanzaban hacia el centro del bosque.

Al cabo de poco rato, llegaron a un punto en dónde el camino se hacía más ancho. Se encontraron con una docena de elfos allí. Llevaban tiras de cuero y escudos. Estaban armados con lanzas, espadas, dagas y arcos y flechas. Gri se fijó que algunos eran mujeres. Habían cortado el paso.

-¡Alto allí! -imperó el capitán de la tropa- ¡Identifiquense!

-Somos un grupo de viajeros -dijo el Maestro- Deseamos llegar a la ciudad.

-¿Y se puede saber quién eres tú? -preguntó el elfo con mal humor.

El Maestro avanzó respecto al resto de grupo.

-Soy el mago Brambleburr -dijo con voz potente- Llevo a mi aprendiz a examinarse cómo mago y a presentar ante el consejo a otro nuevo iniciado.

A esas alturas, Gri pensó que el elfo se asustaria al oir "mago" pero no fue así.

-Con que un mago ¿eh? -dijo con aburrimiento- muestrame tu signo.

El mago desembainó su espada y se la entregó al elfo. Este observó la empuñadura y se la devolvió.

-¿Y ese carro que contiene? -preguntó el capitán- ¿Y todos esos hombres?

-Este carro -dijo el Maestro- Contiene los restos de Bulbus, señor de Altaim, que murió defendiendo el Desfiladero del Norte de los orcos. Estos hombres son lo que quedan de sus tropas. Ahora devolvemos sus restos a su hogar.

El elfo escrutó los ojos del mago.

-Esta bien -dijo al fin entregandole un papel al Maestro- Podeis pasar. Pero cualquier incidente relacionado con vosotros...

-De acuerdo -dijo el Maestro.

Los elfos se apartaron y dejaron pasar al grupo.

Recorrieron el resto del camino. Finalmente llegaron a un pequeño riachuelo. Estaba cruzado por un puente. Otro grupo más reducido de elfos lo vigilaban.

-¡Alto! -dijo una mujer elfa, la jefa- ¡Sus pases!

-Ya... -dijo el Maestro mientras sacaba de su macuto el papel que le había dado el capitan.

Se lo entregó a la elfa. Esta lo leyó y devolviendole el documento dijo:

-Bien. Podéis pasar.

El grupo cruzó el puente. Ya debían ser las ocho. Pocos rayos llegaban aún.

Al cabo de un rato, el camino giraba bruscamente a la derecha. Había una empalizada de cinco metros de altura que era el responable del desvío. La empalizada hiba de árbol en árbol, creando un circulo, haciendo que los grandes árboles pareciesen torres. Y cuando Gri miró a uno de ellos vió que servían justo para eso. Un elfo estaban sentados en la copa, observandoles en silencio. En la otras "torres" habían más de ellos.

El grupo no se detubo, siempre siguiendo el camino. Al final llegaron a lo que era la entrada de la empalizada de Lemarelán. El portón estaba cerrado.

Se acercaron a él. El Maestro llamó. Se abrió una pequeña mirilla y les contestó una voz.

-¿Si?

-Buenos días -dijo el Maestro- somos un grupo que queríamos entrar a la ciudad.

-Su documentación, porfavor.

El Maestro le entregó los papeles desde la mirilla. El elfo del otro lado le devolvió el papel.

-Podéis pasar. Pero tendréis que dejar vuestras armas aquí.

Se habrió el portón. Entraron. Gri observó que el camino seguía, flanqueado mas o menos en ambos lados por árboles.

Había tres elfos allí. Les registraron y quitaron las armas. Después les dejaron continuar.

-Espero que no haya más registros -bufó Gri a Pachi.

-Algún otro habrá.

Subieron por la calle. Poca gente circulaba por allí, todos elfos. Entonces Gri se percató de que loa árboles no eran para decorar, eran viviendas. En cada copa había una enorme casa-arbol unifamiliar de una sola planta. Al pie del árbol, había también unas casas que por los letreros, Gri supuso que eran las tiendas y talleres.

Siguieron así un rato más. Hasta que, por encima de los demás árboles, sobresalían dos construcciones más. Una era una torre de piedra, era estrecha y muy alta. El otro era un enorme árbol muy raro en que había una magnífica casa-arbol de varios pisos. Gri se quedó impresionado ante tales edificios. Pachi se fijó en la expresión de Gri.

-La torre es la escuela mágica del Bosque de las Bayas -le contó Pachi- una de las escuelas más importantes e influyentes. El otro es el palacio de los señores del Bosque de las Bayas.

Fueron recorriendo los barrios hasta llegar a un claro-plaza. En el se encontraban los dos edificios. La torre mágica parecía mucho más alta que antes allí plantada, soberbia. Él palacio estaba pintado con colores azulados y blancos.

Dejaron el carro custodiado por los lanceros y los caballeros allí. El mago y sus aprendizes fueron a la torre.

Les habrieron la puerta y el Maestro pidió audiéncia con el Gran Mago, el que dirigía la escuela. Esperaron media hora hasta que se teletransportó allí, de golpe, el Gran Mago. Era un elfo, joven cómo los demás, pero que en sus ojos reflejaba muchos años de existéncia y sabiduría. Levaba una túnica de color blanco que indicaba su rango de Gran Mago.

-Bienvenidos a la escuela del Bosque de la Bayas -dijo el Gran Mago sonriendo- ¿En qué puedo ayudarte, Brambleburr?

El Maestro se arrodilló ante el Gran Mago con sincero respeto, los aprendizes le imitaron.

-Levantaos, por favor -dijo el Gran Mago- no me gusta qué me traten cómo alguien superior.

Obedecieron.

-Maestro, mi señor -dijo el Maestro- he venido por varios asuntos.

-¿Cúales són?

-Para qué mi aprendiz Pachi pueda presentarse a las pruebas de mago básicas, está más qué capacitado. En segundo por que quería registrar a un nuevo aprendiz Gri. -dijo mientras señalaba al joven- Además me gustaría consultar vuestra biblioteca. Y también por un asunto más privado...

-Entiendo... -dijo el Gran Mago.

-Pero estamos cansados -contó el Maestro- Hemos corrido muchos peligros últimamente y Pachi no está en condiciones de hacer el examen ahora. ¿Podríamos quedarnos aquí y descansar unos días, porfavor?

-Claro -afirmó el Gran Mago- No tienías ni porqué preguntarlo. Podéis quedaros aquí los días que necesitéis.

-Muchas grácias, Maestro. -dijo el Maestro.

El grupo de viajeros se hospedó en la torre. El cuerpo de Bulbus fue tratado por los magos con hechizos de regeneración y conservación para que no se pudriera.

A Gri le dieron una pequeña habitación para él sólo. Tenía una suave cama y algunas comodidades cómo un armario o una mesita. Era mucho más de lo que tubo en su pueblo natal.

Durante la abundante cena. El Maestro y sus aprendices le contaron al Gran Mago sus andanzas. El elfo se deleitó con sus relatos.

A la mañana siguiente Gri fue llevado junto al Maestro a una sala en dónde había el Gran Mago y dos magos más.

Le pidieron sus datos personales, lo que le había impulsado a la mágia etc. Todo esto lo anotaron en un gran libro.

En general, la escuela tenía sólo elfos cómo alumnos aunque también algunos humanos de familias muy ricas. Los alumnos, sobretodo los humanos mostraron cierta simpatía hacia los dos jovenes. Pachi y Gri se codearon con algunos de ellos que eran más abiertos e hicieron ciertas amistades.

Pero Pachi estaba muy nervioso. Lo tenía unas pocas semanas después y se pasaba gran rato de su tiempo estudiando y practicando hechizos. Gri intentó apoyarle. El otro lo agradeció mucho.

Gri visitó la ciudad, era muy bella.

También exploró la torre. Frecuentó la biblioteca en dónde leyó muchos libros complementarios de hechizos. Muy a menudo encontraba al Maestro allí consultando enormes libros antiguos. Además Descubró salas interesantes en dónde los alumnos practicaban hechizos. También inspeccionó los laboratorios en dónde se podían hacer pócimas mágicas, o otros lugares cómo el observatorio dónde se impartían clases de astronomía. Era un sitio apasionante.

Estaba andando por un pasillo. Giró a la derecha. No vió a la otra persona. Chocaron y cayeron al suelo.

-¡Lo siento! -exclamó Gri.

Gri quiso ayudar a recoger al otro que se le habían caido unos pesados libros. Se arrodilló y extendio los brazos hacia los libros.

-¡Oh, no! -dijo la otra persona con una voz femenina, muy musical y dulce- No hace falta que me ayudes.

Los dos levantaron la cabeza. Gri se quedó sin aliento.

Era una elfa. Parecía tener su edad. Era extremadamente bella, más que las otras. Tenía un pelo castaño que le caía en cascadas hasta la cintura. Tenía una piel blanca como la nieve y vestía con una tunica azul que delataba su rango de aprendiz. Gri la miró a los ojos, unos ojos verdes como esmeraldas. La elfa. un póco incómoda co la mirada del joven humano, desvió la mirada y se sonrojó un poquito. El chico sonrió y también se sonrojó.

Quizás existe el amor a primera vista, quizás no. Pero aquella fugaz mirada cambió a Gri para siempre.

-¡Disculpame! -dijo el joven- No te había visto. ¿Quieres que te ayude?

-¡No, no! No te preocupes -dijo la otra recogiendo los libros a toda prisa- ¡Tengo prisa, llego tarde! ¡Adiós!

La elfa se fue corriendo con gracilidad. El chico se quedó allí, al suelo contemplando como se hiba.

-Olvidala -dijo una voz detrás de él.

Gri se giró. El Gran Mago estaba allí.

-Oh, mi señor -dijo Gri inclinandose.

-Levanta muchacho -ordenó el elfo.

Gri obedeció.

-Olvidate de ella. -repitió el mago- Sólo te traerá desgracia.

-¿Qué quieréis decir, Maestro?

-¿Sabes cuantos años tengo, humano?

-No señor...

-Setecientos ocho.

Gri pensó que no lo había oido bién.

-¿Cómo decis mi señor? -pregunto el joven.

-Que tengo setecientos ocho años humanos. Los elfos somos mucho más longevos que vosotros los humanos y los enanos. Vivimos entre mil y mil quinientos años. Para nosotros vuestras vidas pasan tan rápido cómo un suspiro. Hacía años que no veía a tu Maestro, la última vez que le ví era un joven apasionado que quería comerse el mundo. Y de pronto me lo encuentro tan envejecido...

-Yo no sabía esto.

-No te disculpes. En realidad tienes suerte de ser humano. Aprendes más deprisa que nosotros y tienes la oportunidad de vivir una vida mucho más intensa que los elfos. No nos envidies pues somos nosotros los que deberíamos hacerlo.

Hubo un silencio inómodo.

-Esa muchacha... -continuó el Gran Mago- Se llama Larenlië. Sólo tiene doscientos treinta años, mas o menos equivale a tu edad. A sufrido mucho antes de llegar aquí...

El joven se quedó pasmado. "Cómo yo..." pensó.

-Cuando tú mueras ella será aún muy joven. No le destrozes su vida.

El Gran Mago se fue por el pasillo.

Gri corrió a su habitación. Se sentía muy mal y, sin saber porqué se puso a llorar.

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