miércoles, 29 de octubre de 2008

LA RUTA DE LA BALLENA

El capitulo numero 4:

CAPÍTULO 4: LA RUTA DE LA BALLENA

A las seis de la mañana Larenlië, Pachi, Gri y Zorim estaban en la entrada de la escuela, ensillando sus monturas.

Entonces Fulmuën, el aprendiz de Larenlië, salió de la torre.

-¡Maestra! ¿Porqué te vas?

-Ya te lo dije. -dijo ella en tono tranquilizador- No es nada importante No te preocupes, volveré.

-Si no es nada importante ¿Por qué no puedo venir?

-Pues porqué no harías nada de provecho a dónde vamos. Ahora vuelve a la torre.

-Pero yo...

-¡No, he dicho que no!

El joven elfo de pelo rojizo volvió a la torre, haciendo morros. Sabía qué su maestra le había mentido, qué era algo importante y también sabía, al igual que Gri hace años, qué debía venir. Pero él lo hacia por otros motivos.

Así que Fulmuën fue apreparar rápidamente un macuto que llenó con comida, su libro de estudios y algunas pócimas. Se puso un cuhcillo, una capa de viaje y un arco con carcaj. Era un excelente tirador.

Luego de todo esto se fue al establo y ensilló a su caballo. Cuando salió de la torre supo que su maestra ya se habia ido y entonces siguió el rastro de los caballos mientras se aplicaba un hechizo de ocultación mágica para qué no le detectasen.

Siguió al rastro, siempre alejado del grupo, durante dos semanas a campo abierto. Tuvo que dormir al raso sin poder encender un fuego por miedo a sr descubierto y despertarse más deprisa que ellos para poder seguirlos.

Suerte que era un elfo porqué su cuerpo pudo aguantarlo, con cierta dificultad eso si.

Al fin vió que se acercaban a una pequeña ciudad marítima, humana, y tuvo que acercarse más para no perderlos de vista. Los siguió con dicreción por las calles. No notaron su presencia en ningún momento. Pero su rasgo élfico hizo que le costara pasar desapercibido de la gente humana.

El grupo fue al puerto. Fulmuën hizo un hechizo de agudeza auditiva para escuchar la conversa que mantenían con el capitán de un barco bergantín.

Oyó que querían contratarlo como capitán y alquilar el barco y la tripulación para una expedición a mar avierto.

En un principio el capitán se mostró rehacio pero quando le enseñaron una bolsa llena de monedas su expresión canvió y les ofreció su barco. Casi como si les regalara.

Acto seguido los mago subieron al barco y empezaron a aplicarle hechizos en puntos clave mientras los marineros lo arreglaban, limpiaban y cargaban de provisiones.

Tardaron dos días en zarpar. El joven elfo tuvo que vender su caballo para conseguir comida para unos días y cobijo en una taberna para una noche. ¿Por qué no se alojó dos noches?

Pues porqué en la segunda noche saltó a la cubierta del barco con todo su equipaje y fue a la cubierta inferior y se escondió entre unos toneles de provisiones. éste era un espacio reducido que había hecho él mismo que se encontraba entre la pared y los toneles. En el suelo dispuso un montón de paja i robó un trozo roñoso de tela para poner en la pared de modo de aillante.

Cuando tenía que salir debía trepar por los toneles y vijilar que no hubiesen moros en la costa. Además grabó en los toneles y en la pared unas rúnas que hacian las veces de su hechizo de ocultación mágica.

Una vez dispuesto todo esto durmió. Cabe decir que por seguridad tambén grabó unas runas anti ruidos internos por si las moscas...

A la mañana lo despertó las vozes de los marineros que desataban las amarras del puerto. Así el barco zarpó y salió de aquella ciudad.

Durante cuatro días el Slugh, aquel barco, navegó con rapideza aprovechando las corrientes de aire en dirección sudeste.

Atracaron en el puerto de Xarlo, en las islas Polleam. Fulmuën casi no salió de su escondite durante estos días pero si supo más o menos por donde hiban por las conversaciones de los marineros. Sólo urante las horas en que había más trabajo el joven elfo se aventuraba a explorar el barco, aunque sólo la cubierta inferior. En la santabárbara descubrió la munición de una nueva arma que había hecho furor en la marina, la pólvora negra.

Después de zarpar de Xarlo el Slugh salió a mar abierto en dirección noreste.

Continuaron así sin novedad durante una semana por el Océano del Oro. Los hechizos de velocidad que los magos habían aplicado al barco parecían funcionar muy bien.

Lo peor para Zorim fue el mareo y las vezes que bomitó, dejando la cubierta perdida.

Y lo peor para Larenlië, Pachi y Gri fue hablar con el Gran Mago qué les regaño cómo su fueran unos niños malos.

-¡¿Se puede saber en qué estabais pensando?!

-Sólo hacemos algo por el bien... -intentó explicarle la elfa.

-¡Ni por el bien ni por el mal! ¡Es algo muy peligroso! -dijo el otro en sus mentes.

-¿No cree que ya es un poco tarde para discutir esto?

-Si...

-Además tampoco será para tanto -tranquilizó Pachi.

-No lo sé... no lo sé...

-Ya continuaremos el contacto telepático -dijo Larenlië.

-No creáis que es tan sencillo. En Orvingut hay gran concentración de mágia grácias a la gran cantidad de elementos. Pero aquí sólo hay agua por lo que no os funcionaran con efectividad. Si os vais alejando de tierra firme con el tiempo os costará hacer hechizos de tierra, agua, aire y fuego. Y por supuesto la telekinésia no es una excepción.

Así pues cerraron el contacto con el Gran Mago. Ahora empezaron a darse quenta de su loca aventura era aún más peligrosa de lo que parecía.

-Sería mejor volver -advirtió el mareado Zorim- Este sitio es... buahh!!!!!

No pudo terminar la frase porqué hechó la pota.

-Tiene razón... -dijo Pachi.

-¡No! ¡Tenemos que continuar! ¡Por el bien de todos! ¿Acaso queréis que Drehem se adueñe de todo? -exclamó Gri.

-No... -dijo el pálido enano.

-¡Pues debemos seguir!

Entonces se les acercó el capitán.

-Se nos acerca un barco.

Subieron a la cubierta y fueron a la popa. El capitán le dejó un catalejo a Gri y le aseñaló un punto.

El joven observó como las velas del lejano barco brillaban con la luz del sol.


Mientras, en e palacio del jóven rei elfo Arasmalt, el Gran Mago salió de la cambra de comunicaciones y fue, junto a sus dos magos acompañantes, por el pasillo.Justo en la esquina se topó con el rei, escoltado por dos guárdias. El joven elfo se encontraba muy raro ya desde el día enque llego. Parecía nervioso...

-Buenos días, mi rei -dijeron los tres magos dedicándole una reveréncia.

-Lo mismo digo. ¿Traes los informes?

-Si, precisamente ahora hiba a veros por esto -dijo el mago mientras se sacaba unos documentos de un bolsillo y se los entregaba al rei.

-¿Están todos los traidores?

-Si, mi señor.

-Oh, el marqués de los Pinos. Y el duque de los Álamos -dijo el rei, leiendo el documento- Vaya, vaya... aquí está mi hermana.

-Eso me temo, mi señor. -dijo el Gran Mago.

-Ya me lo imaginaba...

-Si quiere usted podría cederme unos quantos hombres y hoy mismo lo tendremos resuelto -le ofreció el mago.

-No grácias, me encargaré de ellos personalmente. Ya no preciso de vuestra ayuda, Gran Mago. Mañana mismo podrá irse...

-¿De veras no me necesita por nada más, mi rei?

-No, amigo -dijo el elfo poniéndole una mano en el hombro- Has sido un gran consejero y a hecho un excelente trabajo, pero ahora vete ya que también tienes tus responsabilidades en la tú escuela.

-Bueno, cómo desee...

-Perdón si interrumpo pero se han dejado alguien en esa lista... -dijo una fría voz detrás del Gran Mago. Éste se giró.

Notaba una presencia que hacía años que no sentía. De las sombras apareció un hombre vestido de negro y encapuchado.

-Tú... -dijo solamente el mago.

-Hace ya diez años que no nos veíamos ¿verdad?

-Sigues siendo tan covarde... Sigues siendo un maldito asesino...

-Grácias por el cumplido...

El encapuchado dio unos cuantos pasos más. Los tres Magos se pusieron en guárdia. De pronto se materializaron al lado del encapuchado cuatro hombres más, también vestidos de negro.

-¡Mi señor! -gritó el Gran Mago al rei- ¡Id a buscar ayuda! ¡Nosotros les contendremos!

-¡Jajaja! -se carcajeó el encapuchado- No creo que te haga mucho caso.

-¡Venga mi señor! -le suplicó el Gran Mago al rei sin apartar la vista de los atacantes- ¡Iros de aquí!

-No... -respondió el elfo con una extraña voz.

Entonces el Gran Mago notó una punzada en su espalda. Gritó de dolor y se derrumbó al suelo de rodillas. Los dos magos lo miraron. Entonces los encapuchados aprovecharon la distracción. Una lluvia de fogonazos verdes impactaron contra los dos magos. Caieron al suelo, fulminados.

El Gran Mago se palpó la espalda y vió que le habían clavado un puñal. Lo agarró, se lo arrancó y lo tiró al suelo. Gimió de dolor. Luego miró a su rei:

-Porfavor... vayase... -le suplicó.

Pero entonces vió la expresión en los ojos del elfo. Una mezcla entre arepentimiento y frialdad. Entonces el caído lo entendio todo.

-No... usted no...

-Lo siento... -dijo solamente el elfo. De sus ojos salían lágrimas.

Entonces el Gran Mago se volvió hacia los encapuchados. Levantó las manos y empezó a lanzar hechizos. Los otros se defendieron del ataque. Consiguió darle a uno de ellos en una pierna. El hombre gimió y caió al suelo. Pero uno de los hechizos que lanzó rebotó y le dió en el vientre. El Gran Mago salió despedido. Chocó contra la pared y caió de bruces contra las frías baldosas. Intentó incorporarse pero no pudo.

Sintió cómo unas manos le agarraban y le levantaban. Consiguió abrir los ojos. Los dos guárdias reales le sotenían. El jefe de los encapuchados cojió la daga que había en el suelo y se la acercó al rei.

-Hazlo... -le susurró al oido.

-No.... no puedo... -dijo el elfo.

-Por el bien de tu reino, hazlo.

El joven elfo se acercó al herido. El Gran Mago lo miró a los ojos. El elfo le agarró por el cuello y puso la punta del arma en el pecho del mago. Pero los ojos del indefenso se cebaban con su mente. El elfo hizo un esfuerzo para apartar la mirada respiró hondo. Gritó y hundió la daga. La víctima gimió y se movió un poco pero enseguida paró. El pobre elfo le sacó el arma del pecho pero no miró. Cerró los ojos y intentó largarse de allí no dió muchos pasos cuando alguien le puso la mano en el hombro.

-Vamos, vamos tranquilizese, mi señor -dijo la voz del encapuchado- Hicistéis lo correcto...

-¡No! ¡Es mentira!

-Escuche, mi señor. Los dos tenemos un objetivo común. Puede que se tenga que recurrir a métodos desagradables pero así es. És lo mismo que ocurrió con su madre. Vuestro pueblo os estará agradecido. Piense en su pueblo, mi señor...

El joven rei se quedó pensando en aquello. Si, se había librado de su buena madre y ahora de su mejor consejero y luego tendría que librarse de su hermana, su mejor amiga que sospechaba algo. Pero su pueblo era más importante y creyó hacer lo correcto. Así que tragó saliva, miró a los ojos de aquel despiadado hombre y le dijo:

-Tienes razón...

El humano sonrió y se descubrió la capucha mostrando una cara que estaba quemada por uno de los lados.

-Bien... -dijo Drehem- tenemos mucho trabajo que hacer...

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