lunes, 26 de enero de 2009

LA SAGA DE EGIL: PRÓLOGO

Hola,
El otro día me desperté creativo y e decidido empezar esta nueva serie. Se llama: EGIL Y SU SAGA. Relata las aventuras de un vikingo llamado Egil durante la Era Vikinga (periodo de la edad media entre 793 - 1100), durante esa época se dieron a conocer los terribles vikingos. Todos tenemos una versión equivocada de este pueblo nórdico. En realidad fueron grandes comerciantes, navegantes y exploradores, además de grandes guerreros.

Para hacer éste relato me he documentado mucho. En algunas palabras o acciones hay notas señaladas para que lo entendáis mejor. Disfrutadlo:


Prólogo:

Los últimos rayos del sol veraniego se filtrarban por la estrecha ventana. Los monjes rezaban sus oraciones frente al rico altar. Sólo les faltaba una oración pero esta la dijeron con especial respeto:

-A furare normannorum libera nos Domine {1} -dijo el Abad, que dirigía la misa.

-A furare normannorum libera nos Domine -repitieron el resto de monjes.

-Amén -dijeron todos a la vez.

Así terminó la oración. Los monjes empezaron a abandonar la capilla, dirigiéndose al refectorio pero uno de ellos se dirigió al altar:

-Mi señor -dijo el joven monje al Abad- podría ablar con vos un momento?

-Claro, hijo -respondió el viejo Abad- ¿Qué sucede?

-¡Oh que Dios se apiade de mi! Hace dos noches tuve una pesadilla... ¡Vi a las Fieras del Norte!

Todos los allí presentes se quedaron quietos al oir tal mención. Algunos rezaron, otros permanecieron en un sepulcral silencio, todos temblaban. El joven monje retomó su historia:

-Vi cómo entraban en la Casa de Dios y profanaban las relíquias. Con sus garras nos atacaron y... -no pudo continuar.

Siguió un largo silencio. Al fin, el Abad respondió en tono tranquilizador:

-Calma joven Jhon, hermano copista, calma... Nunca debéis hacer caso a las pesadillas, pues son artimañas del Diablo, que pretende confundir nuestros pensamientos. Ni tampoco tenéis que pensar en las fieras del norte. Son un cástigo divino que nuestro señor a enviado para castigar a los pecadores. Nadie aquí a pecado. Mientras oremos al Señor todopoderoso y le pidamos su Santa Misericordia podremos dormir en paz... Ahora, hermanos, vayamos a cenar...

Todos obedecieron y salieron, algo aliviados por las palabras del Abad pero ni tan sólo él estaba del todo seguro de sus palabras.

Ya era media noche, una noche de calor en aquellas costas inglesas. Algunas oscuras nubes tapaban las estrellas por lo que era una noche especialmente oscura. Ya todos los lugareños y los monjes del monasterio dormian. Nadie vió aquellas tres embarcaciones que se acercaron a la costa.

El hermano Jhon se despertó de repente. Tenía calor y además oscuros pensamientos se le habían llevado el sueño. Se puso sus zapatos y una capa y salió sin hacer ruido de la celda. Fue a los jardines del cláustro y empezó a pasear por ellos. hasta encontrar un banco en dónde sentarse.

-¿Tú tampoco puedes dormir, hijo? -preguntó una voz detrás de él.

El joven copista se giró y vió una figura apoyada en un bastón. Quando se fijó más se dió cuenta de que se trataba del Abad. Se asustó de sobremanera.

-¡Oh, perdoneme señor! -exclamó el joven.

-No pasa nada ¿Aún estas inquieto por tú pesadilla? -dijo el anciano, sentándose a su lado

-Si...

-Debes pensar en cosas buenas no en cosas malas.

-No puedo evitarlo, mi señor...

-Si te sirve de consuelo té diré que hace dos semanas mandé una carta al señor de Bamburgh pidiéndole protección.

-No lo sabía pero, ¿A qué protección os referís, Abad?

-No lo he comentado con nadie porqué no lo he considerado oportuno. A tu respuesta te diré que le pedí que nos prestara algunos de sus guárdias para defender el convento de los posibles ataques paganos. Estas costas son cada vez más peligrosas. Sus tropas llegarán dentro de poco. Puede que mañana por la mañana.

-¿Y con que..

Jhon no pudo terminar su frase. Un potente rugido resonó en toda la abadía. Más gritos le respndieron.

-¡Dios mió! -exclamó el Abad- ¡¿Que ha sido eso?!

Se hoyeron fuertes portazos.

-¡Están golpeando la puerta principal! -exclamó el copista.

-No puede ser... -dijo el viejo Abad- ¡Jhon ve a despertar al los otros hermanos! ¡Tendremos que contenerlos! ¡Deprisa!

El joven obedeció y al cabo de unos minutos algunos los monjes que aún conservaban algo de valor salieron armados con todo lo que pudieron encontrar y fueron al patio exterior.

Desde el otro lado del muro los atacantes lanzaban antorchas ardiendo. Algunas caieron en los tejados de paja de los edificios. En cuestión de momentos ardieron en llamas. Uno de los acobardados monjes se arrodilló y empezó a implorar:

-De la furia de los norteños liberanos, Señor.

La puerta acabó por ceder.

Faltaba poco para el amanecer cuando diez guardias del señor de Bamburgh, encabezados por uno de sus fieles caballeros, llegaron al monasterio que se emplazaba encima del acantilado. Sus derruidas paredes estaban enegrecidas y aún despedían humo tras el terrible incendio.

-Madre de Dios... -susurró el caballero- Vosotros cinco entrad a ver si aún queda alguien con vida y vosotros dos dirigios a los pueblo próximos. ¡Vamos!

-¡Si señor!

El valiente noble se quedó allí a fuera con los tres soldados sobrantes mientras el resto hacia el trabajo sucio. Al cabo de un rato los guardias salieron del monasterio.

-Todos han muerto aunque que algunos monjes han desaparecido porqué hay más lechos que muertos. -informó uno de los hombres- Parece ser que se han llevado muchas joyas. Han quemado lo que parecía la biblioteca y altar ha sido destrozado.

-¿Estaba el Abad allí?

-Creemos que si. Hemos encontrado un cuerpo ricamente vestido.

El noble se enfureció. Luego regresaron los otros dos hombres:

-Señor, también dos aldeas cercanas parece haber sido arrasadas.

-¿Quién habrá sido capaz de tal osadía? -se preguntó el caballero.

-¡Mi señor, mire! -señaló uno de los soldados que estaba en el borde del acantilado- ¡Hay tres barcos!

Todos se acercaron y miraron al mar. Allí los primeros rayos del sol reflejaron tres pequeñas naves de una unica vela cuadrada que se alejaban de la costa con rapidez.


-Lo imaginaba... Han sido ellos... -dijo el noble.

-¿Quiénes, mi señor...?

-Los perros paganos, los Hombres del Norte.

-¿Piratas? -le preguntó uno de los guerreros.

-Si... vikingos... -escupió el caballero.

Los tres barcos atracaron en la pequeña playa del fiordo. Los viajeros desembarcaron en su amaday fría tierra y empezaron abajar el equipaje y demás. No pasó mucho que llegó un hombre, montado en un poney, escoltado por otros dos jinetes. El hombre desmontó y fue a encontrase con el cabezilla de los barcos, un hombre bastante corpulento. Una vez ante él se inclinó:

-Levanta, amigo -imperó el marinero.

El otro obedeció:

-Bienvenido a vuestra casa, mi rei, ¿Os a sentado bien el viaje, mi señor?

-La verdad es que si -contestó el viajero con satisfacción- Hemos conseguido un buen botín. Éste misseri {2} que se aproxima no pasaremos hambre. ¿Alguna novedad, Mikfrod?

-Por desgracia si... -respondió el consejero.

-No me lo cuentes ahora -le interrumpió el marinero- Estoy cansado y deseo ver a mi familia. Dimelo durante la celebración.

-Como ordene, mi señor.

Así pues aquel marinero, el rei de aquellas tierras cuyo nombre era el de Thorsteinn Sveinson, el Campeón {3}, se dirigió escoltado por todos sus hombres que le habían acompañado en la expedición y con Mikfrod a su pueblo, Fiskgard.

Durante la noche los felices vikingos se habían reunido en la sala común de la casa del gran jarl {4}. Éste havia invitado a todos los lugareños para celebrar la gran victória. Allí empezaron arepartires el botín entre todos los thanes {5} y el resto de guerreros. Joyas y monedas de oro y plata, monjes esclavizados... Comían carnes sabrosas y bebían una rica hidromiel. Se practicava el sexo sin pudor alguno. Una feliz música se desprenía de las flautas y harpas.

El Campeón ya se encontraba más descansado, sentado en su trono. Su esposa, una joven mujer, se acercó a él con un bebé dormido en brazos:


-Ah... Gracias mi reina... -dijo el jarl cojiendo a su hijo- Hola pequeño. Mira tengo algo para tí.

El rei hurgó en un baúl y de él sacó un pequeño medallón de oro, decorado con gravados muy bellos. El rei le puso dicha joya en el cuello del pequeño. Entonces se acercaron Mikfrod y Gunnjorn, otro consejero que había participado. Éste último se fijó en el collar:

-¡Vaya parece que el pequeño también se lleva su parte!

-¡Jajaja! -rió Thorsteinn- Si, lo encontré en aquel templo que atacamos.

-Mi señor -interrumpió Mikfrod- ¿No deseáis que os cuente lo ocurrido?

-Claro, acércate...

Obedeció y al estar cerca susurró:

-Los clanes del norte se están uniendo... Aún no están listos pero no les falat mucho.

-¡¿Cómo?!

-Siénto decíroslo pero es cierto. Parece que les dirige el Bizco.

-Deberíamos atacarles lo más pronto posible -dijo Gunnjorn.

-Si...

Justo entonces la puerta se oyeron golpes en el portón del salón. La mayoría no le prestó atención, exceptó el jarl, su esposa y sus consejeros.

-Sielncio! -ordenó el rei.

Todo sonido murió de repente:

-¡¿Quién llama?! -gritó Gunnjorn.

-¡Abran! -dijo una apagada voz masculina- ¡Abran la puerta, por piedad!

-¡¿Qién llama?! -repitió el consejero.

-¡Soy el sirviente de la granja de los Fruij! ¡Nos atacaron! ¡Ayuda! ¡Mi amo esta herido!

-¡Abrid! -ordenó el rei.

Algunos hombres que aún podían mantenerse en pie acercaron sus manos a la empuñadura de sus hierros. Uno de ellos fue hacia el portón, levantó el tablón de madera que servía para cerrar y abrió.

No tuvieron tiempo de reaccionar. Un montón de guerreros entraron armados hasta los dientes en la sala.

-¡A las armas!

Los atacantes se abalanzaron sobre los indefensos borrachos. Algunos intentaron defenderse. Murieron con rapidez. Las mujeres eran perseguidas y violadas por los extasiados asaltantes. El rei, empuñando su hierro, se dirigió a su mujer:


-¡Llévate a nuestro hijo! ¡Yo los contendré! -luego se dirigió a dos de sus hombres- ¡Acompañadla! ¡Salid por la puerta trasera!

La reina obedeció y huyó con su vástago, los guárdias y su esclava, Abye. Mientras el rei se lanzó con los sus pocos hombres que aún no habían muerto o sido capturados. Luchó con honor y mató a muchos. De pronto sintió cómo alguien le golpeaba la espalda. Ruigió de dolor. Perdió fuerzas y caió de rodillas. Tenía un feo tajo en dicha parte. Se volvió y vió a su atacante. No lo creía, era su consejero Mikfrod.


-Tú... traidor... -escupió el jarl.

-Así es mi rei -dijo con cruieldad el consejero- ¿Tienes algo que decir antes de morir, mi rei?

El noble cojió aire y dijo solamente:

-La ambición y la venganza siempre estan hambrientas...

El consejero se mofó de tales palabras y le rebanó la cabeza al rei.

De mientras, la reina salió por la puerta trasera. No recorrieron muchos metros cuando un pequeño grupo de guerreros salieron a su encuentro. Los dos escoltas de la dama se defendieron de ellos:

-¡Mi señora! ¡Huid! -imploró uno de los guárdias.

La reina y su sierva aprovecharon y salieron corriendo entre las casas del pueblo, colina a bajo. Corrieron ya habían salido del pueblo. Oieron los pasos de sus perseguidores detrás de ellas, cada vez más cerca. De repente la reina paró en seco y la criada también tuvo que detenerse:

-¡Vamos mi reina! ¡Vamos!

-No tengo fuerzas para seguir... -respondió la mujer- Eres libre, Abye. Por favor, llévate a mi hijo, huye en uno de los botes.

-Pero...

-¡Hazlo!

La sierva no tuvo elección, cojió al pequeño y salió corriendo. La reina se quedó allí, plantada, esperando a sus verdugos.

Abye llegó a la playa del fiordo. Además de los barcos grandes, unos pequeños botes de cuero que tenían forma de cuenco también estaban allí. La mujer cojió uno lo puso en el agua, se subió a él y empezó a remar.

Quándo hubo avanzado unos veinte metros vió cómo unos cuántos guerreros en la playa se habían fijado en la fujitiva. Ésta remó con fuerza. Se hoyó un chasquido y una flecha se clavó en su omóplato. La mujer gritó y remó aún más fuerte. Dos flechas más estuvieron a punto de alcanzarla. Al poco se rindió y se desmayó.

Habían pasado casi tres noches. Amanecía cuándo aquel delgado pescador se dirígia, con su hijo primogénito de seis años, en la playa. Subieron en un pequeño velero y emprendieron su marcha de la costa. Allí empezaron su faena, en el frío mar azul.

Al cabo de dos pesadas horas el muchacho dijo al padre:

-Padre, oigo llorar a alguien.

-Pues nos va a asustar a los peces...

A medida que pasaba el tiempo esos llantos se hiban haciendo cada vez más cercanos y claros. Padre e hijo estaban intrigados. Hasta que el niño exclamó:

-¡Mira padre! ¡En aquellas rocas hay un bote!

El padre observó dónde señalaba el niño. En la lejania, entre las rocas caidas de un cercano promotorio habia un pequeño bote que se balanceaba peligrosamente, sin llegar a bolcar. Los llantos provenían de él, aunque no parecía haber nadie.
Los pescadores dirigieron el velero hacia la pequeña embarcación.

Al estar cerca vieron que una pálida mujer estaba tumbada en él. Debajo de ella se hoían los llantos. Observó que el cadáver de la mujer tenía una flecha en la espalda. El padre saltó en el bote y apartó aquel cuerpo sin vida. Debajo había un bebé llorando.

-¡Por todos los dioses! ¡Grim! ¡Prepara los remos!

El padre regresó al velero con el nacido y mandó a su hijo remar. Volvieron a la playa y corrieron hasta su hogar. Al entrar el pescador se dirigió a su mujer, que estraba dando el pecho a su hija. Ella preguntó porqué tanto estruendo.

-¡Dora! ¡Hemos encontrado este bebé a la deriva! -dijo su marido pasándole aquel pequeño ser.

La mujer se sorprendió:

-Está hambriento... y parece tener frío -dijo mientras acercaba la boca del niño a la mama que le quedaba libre mientras lo cubría con una manta de lana.

El pequeño se arrimó con fervor y estuvo alimentándose así durante mucho rato.
-¿Pero dónde lo has encontrado? -questionó la mujer.

-En un bote mientras pescábamos -contó el pescador- Había también una mujer muerta encima de él. Parece que grácias a que ella estaba encima de él no ha muerto conjelado... Tenía una flecha clavada en la espalda...

-¿De veras?

-Si...

-¿Qué habrá ocurrido? -se preguntó la madre, preocupada. Luego se dirigio al hijo mayor- Grim, ve a ayudar al abuelo.

El niño obedeció y una vez fuera el padre continuó:


-No lo sé. Quizá hiban en algun barco y éste naufragó.

-Ya pero, ¿y la flecha?

-Mmm... -reflexionó el campesino- quizás en medio del mar les asaltaron y la mujer huyó pero herida.

-No sé... -respondió la mujer- ¡Mira! Este niño lleva un colgante con un medallón.

El hombre observó dicha joya y dijo con asombro:

-Parece que és de oro...

-Debe de valer una fortuna ¡Vendámoslo! -propuso la mujer.

-¡No! -se opusó el hombre.

-¿Por qué?

-Seguro que éste és lo único que conserva de su anterior familia. No podemos quitarle su pasado. ¿Te gustaría que te ocurriera a tí?

-Pero piensa en la comida que podríamos comprar. ¿Por qué...?

-Pues porqué nos quedaremos el niño.

-¡¿Cómo?!

-¡Vamos mujer! ¡Se piadosa por una vez! Tendré dos manos más en el trabajo y lo necesito. Yo ya me estoy volviendo viejo y Grim demasiado jóven.

-¡Una boca más que alimentar! ¿Y no podemos dárselo a Barnlø? éste niño sería una carga demasiado grande... y ella no tienen ninguno...

-No, yo le he salvado. Trabajará por mí, cómo paga de esa deuda.

Discutieron una hora entera. Pero al fin la mujer dijo:


-Esta bien... -se rindió la mujer- Deberemos llevarlo ante la parturienta.

-Ahora iré a hablar con Eysteinn -dijo el marido.

El padre, llamado Vesteinn, fue a ver a su relativamente joven primo Eysteinn, el jefe de la granja {6}, al que reveló la historia y le pidió que fuera testigo de el nombramiento. Éste aceptó y juntos fueron a ver a la comadrona local, una anciana de la granja vecina. Al llegar, el pescador habló con ella sobre lo sucedido y ella le dió el visto bueno e iniciaron el ritual {7}.

El padre le tomó en brazos, examinó a su hijo y al no encontrar ningún defecto lo sentó sobre sus rodillas, hechó agua sobre él y dijo:

-Yo,Vesteinn Enarsson, te proclamo, mi hijo y respnderás al nombre de... Egil, ya que és cómo se llamaba mi fallecido hermano, para que su espíritu reste con nosotros. Desde ahora eres de la familia. Que los dioses te protegan.

Acto seguido le hizo el símbolo del dios Thor. Eysteinn le regaló al recién nacido un cuchillo bastante afilado para que lo usara al ser mayor. Así Egil, el que devió ser el heredero de un gran rey, entró en el clan familiar de aquellos humildes granjeros y su medallón de oro restó escondido en un baúl de la casa.

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Vocabulario:


{1} Oración en latín que se daba en todas las iglesias del reino de Northumbria (Inglaterra) durante la Era Vikinga ya que sus costas fueron duramente castigadas. Traducido literalmente dice: De la furia de los hombres del norte líbranos, Señor.
{2} Los escandinavos dividían el año en dos semestres o estaciones llamados misseri. Uno era el misseri de invierno y el otro de verano. En éste caso se refiere sólo al invierno.

{3} Un escandinavo recibía el nombre, que solía ser el de un familiar fallecido, seguido del apellido (hijo/a de...) y al cabo de los años se le daba un heiti, un apodo, que reflejaba algun rasgo importante de ésta persona. Entre ellos se solían llamar con el apodo.

{4} Jarl era el título nobiliario escandinavo equivalente al de caballero. En éste contexto se usa " el gran jarl " para decir que és el jefe de los jefes, osea, el rei.

{5} Los thanes eran los capitanes militares o guerreros destacados, inferiores a los jarls.

{6} Toda granja tenía un jefe. Cómo tal dirigía muchos de los asuntos internos de la hacienda y gozaba de ciertos privilegios o prioridades.

{7} Éste ritual consistía primero en que el padre devía examinar a su hijo para ver si el niño tenía algun defecto físico. Si lo tenía era abandonado a su suerte para que muriese o usado cómo esclavo. Al no tener defecto alguno, le hechaba agua encima (no en el sentido de la bendición cristiana) y el padre le daba un nombre y se le hacía el símbolo del dios Thor, uno de las divinidades más populares. Ahora ya entraba oficialmente en la familia. Luego los testigos le daban regalos.

martes, 23 de diciembre de 2008

PREGUNTAS SIN RESPUESTA

12121212:

CAPÍTULO 12: PREGUNTAS SIN RESPUESTA

-¡Muéstrate! -repitió Gri.

De pronto se encendió una luz. Todos quedaron alumbrados durante unos momentos. Al fin se adaptaron al lugar.

El techo de la choza era bastante bajo y de el colgaban un montón de hierbas de diferentes clases. En las paredes habían estanterías llenas de pocimas y objetos para elaborarlas. En el centro quemaba una hoguera en dónde había puesto una marmita con un extraño líquido. Destrás de esta había alguien sentado en el suelo con las piernas cruzadas que hechaba una mezcla viscosa.

-Hola a todos... Será mejor que me presente -dijo la figura levantando la cabeza del fuego.

Quando todos la vieron se quedaron asombrados. Era una mujer pero no era ni elfa, ni humana, ni enana. Pero era muy bella, de faciones suaves aunque a la vez algo toscas, vajita pues no llegaba al metro y medio. Tenía la piel un poco oscura y sus cabellos eran largos y de colores verdes y marrones y se entrelazaban como si fueran raízes de árboles. Sus enormes ojos eran violetas y vestía con una ropa hecha de hojas secas. Daba un aspecto salvaje.

-Me llaman Aldwendë, la Doncella de los Árboles, una hada cómo decis en vuestra tierra. Antaño fui la Dríade de todos los bosques de la isla, su protectora. Ahora sólo soy la de éste...

-¿Cómo es que sabes nuestro idioma? ¿Cómo has sabido mi nombre? -preguntó Gri.

-No soy una simple hada. Tengo poder para verlo todo, todo. Yo he visto las cosas del pasado, estoy viendo las del presente y he visto las del futuro... Lo se todo...

-No puede ser -dijo el herido Pachi- se necesitaría un óculo para verlo y nunca se puede ver todo pues el artilújio no lo permite. Además para saberlo todo tendríais que escribirlo en un libro para no olvidarlo y en esta habitación no cabría.

-Eso es lo que creéis vosotros. No necesito óculos para verlo pues mis ojos hacen su trabajo. Ni tampoco necesito libros pues mi cabeza puede recordarlo todo.

-Imposible...

-Te recuerdo, Pachi, que yo no soy de vuestras espécies, soy diferente -respondió la hada.

El chico se quedó helado.

-Todos habéis venido por algo. Todos tenéis preguntas sin respuesta. Yo puedo responder algunas pero otras las mantendré calladas pues ya averiguaréis las respuestas en el futuro. Y todos compartís un objetivo común. La cuerna. ¿Sabéis a caso que es?

Negaron con la caveza.

-La cuerna es una fuente de energía mágica. Sirve igual que serviría una varita mágica o un báculo sólo que tiene el poder de canalizar un flujo de mágia mucho, muchísimo mayor. Vosotros no tenéis el poder de utilizarla y no lo haréis pues la energía es tan grande que moríriais en el intento y podríais causar daños a gran escala si se descontrolara. Pero no os preocupéis pues alguen si la usará.

Ahora descansad pues estáis agotados. Mañana vuestras preguntas tendrán respuesta y podréis ir en la búsqueda de la cuerna. Pachi se quedará conmigo esta noche. Miraré de sanar tus heridas aunque te advierto que nunca se curarán del todo. Los guárdias que están a fuera os conducirán a vuestras dependéncias. Buenas noches.

Todos le dedicaron una reverencia y le desearon buenas noches y se fueron, dejando a Pachi allí.

A la mañana siguiente, después de tomar un buen desayuno de frutos silvestres, salieron de la cabaña que les habían cedido y se dirigieron otra vez a la choza de Aldwendë. Allí estaba la ninfa con un renovado Pachi pero con los ojos entristecidos por algo. Los viajeros le dedicaron una reverencia y se sentaron alrededor del fuego.

-Buenos días a todos... ¿Supongo que cada uno tenéis una pregunta que os ronda por la cabeza?

-Así es, mi señora -dijo la elfa.

-Pues preguntadme...

-¿Cómo era nuestro pueblo antes? ¿Que ocurrió aquí y que eran los seres que nos atacaron? ¿Porqué nuestro pueblo emigró hacia Orvingut? -questionó Larenlië.

-No os relataré toda la história pues para cuando acabe vuestros cabellos se habrán emblanquezido pero os la resumiré:

Hace muchos milenios aparecieron los elfos en esta isla. Tenían una gran inteligéncia y pronto desarrollaron una sociedad muy compleja y ordenada. Éste lugar fue llamado Anar Tol, que en elfo antiguo significa la Isla del Sol. Era llamada así porqué fue la cuna de vuestra civilización. Aunque antes de su llegada este sitio ya estaba habitada por toda clase de criaturas. Había entonces más gente de mi espécie. Ahora yo soy la única que queda en esta isla...

Se construieron ciudades portuárias y terrestres, en los bosques. Cada una era una ciudad-estado, con su cultura y recursos naturales. No habían conflictos pues todas ellas mantenían muy buenas relaciones. En aquellos tiempos los elfos desccubrieron la mágia. Fueron tiempos felices...

Pero ocurrió que con el descubrimiento de la mágia hubo un ambicioso mago al que le llamaron Sávaurë. Fue sin duda uno de los más grandes de su tiempo pues descubrió y perfecionó muchos hechizos. Además descubrió otras cosas fuera de la mágia como en biología y herbología. Grácias a todo esto y mucho más llegó a presidir el llamado Consejo de Magos, la misma organización que tenéis en vuestras tierras.

Aún así no fue suficiente para él y quiso más y más. Su orgullo fue tan grande que le corrumpió.

Hizo el descubrimiento de las armas, consiguió un ejército y guerreó contra unas cuantas ciudades. Fue vencido pero las armas no desaparecieron y transmitió su mal a otros muchos elfos.

Las guerras continuaron muchos siglos. Fueron tan destructivas que muchas ciudades quedaron como la que vosotros desenbarcastéis, destruidas, abandonadas... Muchos bosques desaparecieron, pasto de las llamas... Los ríos y mares se convirtieron en aguas putrefactas... Todo se secó... Hasta la mágia que antes había aqui ahora a desaparecido. Sólo perdura en este bosque...

Los elfos que no quisieron intervenir decidieron huir en barcos. Los que lo consiguieron se establecieron en Orvingut. Pero otros decidieron quedarse y se refugiaron en los bosques para proteger su tierra. Éste bosque que pisáis es el último reducto de estos elfos. Lo llaman Nör Taurë, el Bosque Sagrado. Tenemos unas quantas comunidades dispersas entre los árboles. Y nos defendemos de los malditos...

-¿Quiere decir los elfos? -preguntó Larenlië.

-Si -respondió la hada- Los elfos que os atacaron en la ciudad están malditos. Se maldijeron a si mismos y ahora no son más que sombras de lo que fueron. Les llamamos Úmëa Quendë, los Elfos Malignos o Oscuros. Además durante la guerra algunos magos que huyeron maldijeron a algunos de los Elfos Oscuros con un tipo de licantropia, diferente a la que padece la gente de Orvingut.

-¿Cómo es de diferente? -preguntó Pachi.

-La licantropía de aquí es diferente. Una vez te transformas ya no vuelves a tener tu anterior cuerpo. Los lobos que os atacaron padecían esa licantropía. Ahora son aliados e incluso algunos les sirven de monturas a los Elfos Oscuros. Esto es todo lo que os puedo contar sobre el pasado élfico cultura. Espero que estés saciada, Larenlië.

-Así es...

Recuerda esto, hija, -dijo la Aldwendë- No te ofusques de lo hechos que te hayan sucedido vive el presente, planifica el futuro...

La elfa se quedó sin habla.

-Disculpe señora -preguntó Pachi muy nervioso- ¿Quando tardará en... ya sabe? ¿Me ocurrirá lo mismo que a ellos?

-No, no te ocurrirá lo mismo. Será al siguiente plenilunio. Sufrirás, si, pero tienes suerte de venir de un mundo diferente. Además si haces lo que te dije con el tiempo mejoraras hasta poder controlarla. Con el tiempo verás que en realidad es un don que te ha regalado la naturaleza...

Pachi respiró algo aliviado. Los otros no entendían de que hablaban. Decidieron dejarlo por más adelante.

-Yo también desearía preguntar algo -dijo Zorim- ¿Podré regresar algún día a mi hogar?

-No puedo responder tu pregunta. Sólo té diré que tus acciones presentes pueden afectar el futuro enormemente...

Zorim pareció algo confuso y se quedó pensativo ante aquella frase por lo que no escuchó la pregunta de Fulmuën:

-Mi señora ¿Qué será de mi? ¿Que me ocurrirá?

-Veo en tu futuro grandes pasos... Serás recordado por muchos... Nada más puedo decirte sólo que no te corrompa la envidia... ¿Y tu Gri? ¿Deseas preguntarme algo?

-La verdad es que si... -dijo el joven mirando a los ojos de la ninfa- ¿Conseguiré recuperarla?

Esta vez nadie entendió su pregunta menos la Doncella de los Árboles. Lo miró y sonrió:

-Si persigues tu objetivo, si luchas por él, al fin serás recompensado... Ten en cuenta que cuándo llegue el momento deberás mirar al pasado para corregir el futuro...

Gri no comprendió las palabras de Alwendë.

-Y ahora todos queréis saber cómo conseguir la cuerna. ¿Cierto?

El grupo asintió.

-Yo no podré ayudaros vosotros tendréis que ir al bosque, esta tarde. Allí la encontraréis.

-Pero es imposible encontrarla -dijo Gri- Éste bosque es enorme.

-Sólo os diré una cosa: No soys vosotros los que tenéis que ir a su encuentro, ella vendrá a buscaros. Pero la cuerna sólo se mostrará ante alguien cuando ese alguen se enfrente a sus temores y demuestre bondad...

-¿Cómo? No lo entiendo... -dijo Gri.

-Busca en tu interior y encontrarás la respuesta...

Aún se quedaron más confusos ante las enigmáticas palabras de la ninfa.

sábado, 20 de diciembre de 2008

LA LLEGADA AL BOSQUE

11 cap.:

CAPÍTULO 11: LA LLEGADA AL BOSQUE

Amba-má! -repitió aquel ser que se medio escondía en la oscuridad.

-¿Se puede saber que dice? -preguntó Zorim.

-Esta hablando en elfo... no lo entiendo muy bien. Parece el idioma antiguo -contestó Larenlië.

El atacante les volvió a exigir aquella frase. Se hoyan más aullidos de los lobos.

-Me parece que lo entiendo, dice algo así como: "manos arriba".

-Deberíamos hacerles caso, maestra -sugirió Fulmuën.


-Intentaré comunicarme con ellos -dijo la elfa.

-¿No crees que nos matarán? -dijo Gri que estaba atendiendo a Pachi.

-Confiad en mi, algo me dice que no.

Empezó a ablar con el jefe:

-Mermára. Our tôl athgaer. Ned min fein ost maethors Eledh maeth our. Ad ned acu amons daer-garaf. Our antadôl, hîr...


Larenlië les dedicó una reverencia. Los otros entendieron y la imitaron, excepto el caido Pachi.

Dos de los arqueros empezaron a susurrar algo. Luego le preguntaron algo a la elfa pues ella contestó con vehemencia. Después se dejaron ver a la luz de la luna.

Eran bastante altos y caminaban rectos. Se cubrían con ropajes verdes y marrones y llevaban capas con unas capuchas que les ocultaban la cara. Empuñaban largos arcos cargados con unas flechas, las puntas de las cuales brillaban como la plata.

-Dejadles que os quiten las armas -dijo Larenlië a los otros- son elfos...

Los arqueros se les acercaron. No se resistieron. Uno de ellos fue al lado de Pachi y examinó su herida. El capitán se descubrió la capucha y mostró la cara de un elfo, no cómo aquellos oscuros que los habían atacado, sinó la cara de un rubio y pálido que mostraba en sus ojos signos de mucha vejez y cansancio pero no le vieron maldad alguna. Larenlië fue a hablar con él. Estuvieron unos momentos discutiendo. El resto de viajeros no se enteraban de nada de lo que decían pero al fin pareció que el elfo se rindió y empezó a dar órdenes a sus hombres.

Pachi le habían vendado el brazo con una tela y Gri lo ayudó a levantarse. Larenlië se acercó a ellos:

-Cojed buestras cosas, no nos sobra el tiempo.

-¿A dónde vamos? -preguntó Zorim.

-A su hogar...

Rápidamente cogieron todo su equipaje y siguieron al grupo de elfos que les escortó por un pasaje entre aquellos angostos montes.

Continuaron un buen rato corriendo. Los lobos volvían a acercarse.

Entonces el camino empezó a bajar lentamente. Al fin abandonaron los nebulosos cerros. Delante de ellos se extendía un campo que acababa de súbito en una gran mole de algo que parecían arbustos desde dónde eran.

Atravesaron el campo y cuando llegaron cerca de éstos "arbustos" se dieron cuenta de que en realidad eran enormes árboles y que la noche confundía sus ojos. Estaban delante de aquel enorme y denso bosque.

El grupo se fijó en que se habian parado delante una alta estatua muy extraña que brillaba bastante con la luz de la luna. Representaba a un cuerpo humanoide, tallado en madera, delgado, con la cabeza un poco desproporcionada, los pequeños brazos levantados y con la boca y los ojos abiertos como platos.

El capitán elfo puso la mano delante de aquel fetiche e hizo un movimiento con la mano mientras susurraba algo. De pronto los ojos de la escultura emitieron una fuerte luz roja. Zorim dió un salto hacia atrás. La estatua estuvo así durante un rato hasta que sus ojos cambiaron de repente al color verde y luego se volvieron a apagar.

-Uo cal lelya arta-taurë -dijo el elfo girándose hacia ellos.

-¿Que ha dicho? -preguntó Gri.

-Que podemos ir por sus bosques -le respondió la elfa.

Los elfos cruzaron el linde, los viajeros les siguieron en fila india por un estrecho sendero.

Al principio todo era oscuridad pero, de pronto, empezaron a aparecer unas pequeñas luces blancas a izquierda y derecha, entre los arbustos, encima de las altas ramas de los árboles, que se movían.

Se fijaron más y cuando se adaptaron a aquellas lucecitas se quedaron impresionados. Eran unos hombrecitos blancos cómo que no debían superar los 30 cm de altura. Sus cabezas eran muy grandes comparadas con sus cuerpos. Parecían más estátuas vivientes que no personas pues no tenían signos de musculatura. Sus caras tenían solo tres puntos negros, los ojos y la boca. Caminaban tranquilamente y parecía que les siguieran, cada vez eran más.

Aún que no tenían ninguna expresión en sus caras a todos les contagiaron un pequeño sentimiento de felicidad indescriptible que les daba ánimos.

-¿Qué son esas cosas? -preguntó un desconfiado Zorim.

-¿Lath ned? -dijo la elfa transmitiendo la pregunta al capitán.

-Ned minë Linyenwataurë... -respondió el elfo.

-Dice que son los Espíritus del bosque, sus guardianes -tradujo Larenlië.

Siguieron así durante un tiempo que no supieron contar, atravesando claros y arroyos. Los espíritus ahora caminaban a su lado, saltando y brincando obstáculos con mucha grácia.

Y al fin entraron en un gran prado circundado por enormes árboles que formaban un anillo. Los espíritus no les siguieron más i regresaron a la oscuridad.

Los cinco viajeros se quedaron asombrados. La luna reflejaba su plateada luz sobre sus claros arroyos, sus tranquilos estanques, sus altos montículos cubiertos de flores.

-Es precioso... -susurró Fulmuën.

Algunos elfos que andaban por allí se acercaron a ver los extranjeros. Pronto estaban rodeados de curiosos elfos que los miraban con asombro. Uno de ellos, empuñando una lanza, se abrió paso entre la multitud y se plantó ante el capitán elfo.

-¡¿Lath ned ims?! -exigió el lancero.

-Ned atta quendë. Ut on ista-ned lath ims celva. Linyenwataurë quetlelya. Quet tul tere ëar... -respondió el capitán.

Muchos de ellos se quedaron pasmados con la respuesta del elfo.

-Larenlië, diles si podemos hablar con quién los dirija -dijo Gri.

-Our mer haryaquet yo yur cáno -dijo la elfa.

Los elfos estaban cada vez mas asombrados. No paraban de repetir: "cal quet". El lancero lo pensó unos momentos pero al fin dijo:

-Mára. Tul yo-me.

-Parece que si... -dijo Larenlië.

El elfo se fue por el prado y ellos le siguieron, escortados por el capitán y sus hombres, y con una procesión de elfos.

Recorrieron aquel mágico lugar. Habían un gran grupo de casa hechas de madera juntadas al lado de un río que cruzaba el lugar. Pasaron el pueblo y treparon por un montículo hasta la cima. Allí había una choza la puerta de la qual estaba vijilada por dos elfos.

El lancero habló con ellos, abrieron la puerta y entraron. Al cabo de un momento volvieron a salir y le dijeron algo al lancero. Luego el elfo le habló a Larenlië.

-¿Qué dice? -preguntó Pachi.

-Sólo podemos entrar nosotros, nada de guárdias.

Así pues entraron, sin su escolta, los viajeros a la oscura choza. Nada más que el último de ellos entró la puerta se cerró de pronto. Todo se volvió oscuro.

-¡No! -gritaron todos.

Zorim trató de abrirla.

-¡Es inútil! -exclamó el enano.

Se hoyó un crujido justo en el otro lado. Todos aguantaron la respiración.

-¡¿Quién anda allí?! -se atrevió a preguntar Gri.

-Veo que me tenéis miedo... -dijo una voz femenina- No os preocupéis que no muerdo.

-Hablas nuestro idioma... ¿Quién éres? -preguntó Gri- ¡Muestrate!

-Os he estado esperando a todos desde hace mucho tiempo... -respondió la voz- Bienvenido a mi humilde casa Gri.

El joven contuvo el aliento.

viernes, 19 de diciembre de 2008

LOS CERROS

capitulo 10:

CAPÍTULO 10: LOS CERROS

Tras dos dias de recuperación, Gri volvió a encontrarse bien. Ya no tenia fiebres y se movía y andaba pero aún así estaba un poco tocado. Eso si, estaba impaciente por encontrar el cuerno.

La misma noche del segundo día de su recuperación acordó con los otros magos y el enano que partirian al amanecer.

-Pero si ni siquiera conocemos este lugar, ¿Como la encontraremos? -questionó Pachi.

-Con el corazón... -dijo la elfa.

Pachi entendió sus palabras.

Al siguiente amanecer los cinco viajeros estaban en la entrada del astillero, con comida para siete días y armas. Se disponían a salir quando el capitán apareció:

-Señores... Tengan quidado en esas tierras... ya casi no nos queda comida...

-Tranquilo -dijo Larenlië- Tened cuidado vosotros pues los monstruos pueden volver. Si no regresamos dentro de siete dias iros de aquí y tendréis una história que contar...

Gri le lanzó al hombre un saquillo y, apoyandóse en un bastón, partió de allí. Los otros lo siguieron. El capitán lo abrió y descubrió un montón de monedas.

Salieron de la ciudad, esta vez por la Puerta Este. Empezaron a vagar por los deserticos llanos.

-¿A dónde vamos exactamente? -preguntó Fulmuën, rompiendo el silencio.

-Lo cierto esque no lo sé... -dijo su maestra.

-Deberíamos buscar algún montículo para explorarlo todo -siguirió Pachi.

-El problema es ése. Aqui casi no hay montículos... -respondió Gri.

No pararon hasta el mediodía para comer un poco. Aquel pescado sabía un poco mal y encima el calor se ensañaba con ellos. El sol era naranja y parecía mucho más grande delo normal. Siguieron caminando.

Ya estaban próximos al atardecer cuando, al fin, los agudos ojos de Fulmuën divisaron algo en el horizonte.

-¡Hay un montículo!

-¿En serío? -preguntó Zorim.

-También yo lo veo -contestó Larenlië- Imagino que llegaremos allí en... un par o tres de horas de horas.

La elfa no erró en sus estimaciones y cuando el sol acababa de expirar llegaron al píe de aquella colina.

Subieron a ella y montaron allí el campamento y organizaron los turnos. No encendieron un fuego pues no querían ser vistos ni tampoco cenaron ya que no querían que el olor del pescado atrayera a algunos molestos seres. Las noches eran bastante frías.

Cuando despertaron, al nacimiento del sol, vieron el paisaje.

A sus espaldas, en el Oeste, vislumbraron el mar y una pequeña mancha blanca, la ciudad. A su izquierda, el norte, la costa continuaba paralela a unas marrones montañas un poco desordenadas mientras que a su derecha, el sur, no había más que playas y planicies. En todos esas direcciones veían arboles secos, alimañas arrastrándose por el suelo, pájaros carroñeros... Todo parecía un lugar muerto.

En canvio delante de ellos, el este, vieron que en el fondo vieron un gran bosque. Incluso desde dónde eran pudieron ver un color que casi no encontraron en el resto de sitios, el verde de las ojas. No era un verde puro pero les dío esperanzas.

-Creo que es allí -dijo Gri.

-Que haya ojas verdes quiere decir que almenos habrá agua -afirmó la elfa.

-Y también bichos que no querrán que la bebamos -respondió el enano.

-Es cierto... debemos vijilar... -dijo Pachi.

-Este bosque...

-¿Que pasa, Gri?

-Hay algo extraño en él...

Continuaron otro día más hacia el bosque. Esta vez tuvieron la suerte, o eso creyeron, de encontrar unos cerros llenos de colmillos de piedra afilados como cuchillas que con sus sombras les protegían un poco del calor. Al parecer si conseguían cruzarlos estarían a pocos quilómetros del bosque.

Se atrevieron a hacer un pequeño fuego para calentar el pescado.

Dedicaron el resto del día a cruzar los montes pero entonces empezaron a descubrir que con sus escarpadas formas contruían una espécie laberinto. Costaba bastante avanzar pues a veces descubrían que caminaban en circulos pues aquellas piedras les engañaban y no pasaban por debajo ya que estaban inundados de infectos lagos llenos de pudridumbre.

Llegó la noche...

Había luna llena y de las aguas pantanosas empezaron a brotar unas apestosas nieblas que dificultaban aún más a los viajeros. Pero decidieron continuar igualmente ya que no les gustaban aquellos cerros y querían salir de allí cuánto antes.

El grupo andaba agarrado a las paredes de su izquierda pues al otro lado se encontraba un accidentado barranco. Gri hiba a la delantera, seguido de Larenlië, Fulmuën y Zorim y a la retaguardia estaba Pachi, vijilando.

De pronto se hoyó un estruendoso crujido y el suelo que pisaba Gri desapareció. Intentó agarrarse a algo pero no pudo. Sintió como su cuerpo rodaba e impactaba contra las rocas. Y sintió como recibía un tremendo golpe en su espalda contra algo duro que paró la caida.

Se sentía entumecido por el dolor, la cabeza le daba tombos y lo veía todo borroso.

Al fin consiguió sobreponerse y se levantó apoyándose con la roca que lo había salvado. Se enjugó la frente de la sangre que tenía. Entonces hoyó el eco de los gritos de los otros:

-¡Fulmuën! ¡Gri! -gritaban.

-¡Estoy aqui! -respondió con dificultad.

-¡Gri! -exclamó la lejana voz de Pachi- ¿Estás bien?

-¡Ahora que lo dices no demasiado! ¡Al menos puedo andar! ¿Qué ha pasado?

-¡Se ha derrumbado parte del camino! -respondió Zorim.

-¡Bajad aquí! -suplicó el humano.

-¡Es imposible! ¡Las paredes son demasiado empinadas! -dijo Zorim- ¡Estamos buscando otro lugar para bajar!

-¡¿Y dónde esta Fulmuën?! -gritó Larenlië

-¡Qué! -dijo con preocupación Gri- ¡¿También ha caido?!

-¡Si!

-¡Mierda! -maldeció el accidentado- ¡Fulmuën! ¡Fulmuën!

Sintió unas piedras que caian a sus espaldas. Se guiró desenfundando su espada. Se hoía un apagado gemido. Gri corrió allí.

Consiguió distinguir al elfo, medio enterrado por un montón de piedras. El mago le desenterró con rapidez y lo tuvo en sus brazos.

-¡Fulmuën! ¡Contesta!

El elfo abrió los ojos. Tenía la nariz rota y sangraba por varios lugares

-¿Que ha pasado?

-Ambos hemos caido por el barranco... No te preocupes... saldremos de aquí ¿Puedes moverte?

-No lo sé, espera...

El elfo intentó mover sus miembros. Le costó un poco pero lo logró.

-Bien... Venga vamos -le animó Gri ayudándole a levantarse y a andar- ¡Eh! ¡Lo encontré, está bien!

Gri recojió sus equipajes. Justo entonces todos oyeron un aullido provinente de algun lugar entre las montañas. Le respondieron más aullidos. Eran horribles gritos que parecían expresar todos los males.

-¡Por todos los dioses! -exclamó el enano- ¡¿Qué diablos es eso?!

-¡Parecen lobos! -dijo Pachi.

-¡Sea lo que sea estamos en su terreno! -dijo la elfa- ¡Salgamos de aquí!

-¡¿Y nosotros que?! -gritó Gri.

-¡Continuad siguiendo la pared por la misma dirección! -gritó Pachi- ¡Mirad de encontrar algun lugar para subir!

-¡Venga Fulmuën! ¡Sigueme!

Empezaron a correr paralelos a la pared estando atentos de oir los pasos de sus amigos encima de ellos. Se encontraban con charcas de barro y el frío les hacia mella. Los aullidos estaban cada vez más cerca de ellos.

Pasaron un buen rato así. Los perseguidores estaban muy cerca. El elfo y el humano empezaron a notar cómo el terreno hiba subiendo y se esperanzaron.

Y aún más contentos se pusieron cuando llegaron otra vez a arriba. Siguieron corriendo por un estrecho camino que estaba rodeado por rocas

-¡Hemos vuelto a subir! -exclamó Gri.

Se extraño al no oir su própio eco pero aún más de no recibir respuesta.

-Paremos un momento... -le ordenó al elfo- ¿Oies algo?

-No...

Se quedaron en silencio. Sentían los pasos de sus amigos pero cómo algo muy, muy lejano, casi imperceptible.

-¡¿Pachi?! ¿¡Larenlië?! ¿¡Zorim?! ¿¡Dónde estáis?!

Les llegó una respuesta muy lejana de alguno de ellos que no supieron descifrar.

Pero de repente oyeron un rugido muy cercano a sus espaldas. Una de aquellas bestias debía haberles seguido.

-¡Corre!

Huyeron de aquel ser por los laberinticos caminos que se entrecruzaban. Ya no sabían a dónde hiban. Sólo querían escapar de aquel perseguidor. Unos rápidos pasos se les acercaban.

Se quedaron horrorizados. El camino moría en un callejón sin salida.

-¡Mierda! -maldeció Gri.

Se guiraron. Delante de ellos ácababa de llegar un enorme lobo. Gri había visto lobos quando vivió en el Valle eran seres salvajes pero inofensivos excepto si estabas en su territorio pero aquel lobo era muy diferente.

Debía ser el doble de grande que uno de normal, de pelaje negro como el carbón y muy denso. Su boca babeaba espuma y una pegajosa saliva. Sus brillantes ojos estaban teñidos de sangre. Pero lo más terrible era el aura que emmanaba, algo malo le rodeaba.

Les enseñó los colmillos y gruñó. Acto seguido tiró la cabeza hacia atrás y aulló con fiereza. Le respondieron dos aullidos muy próximos. Al cabo de pocos instantes, dos lobos más habían llegado a su lado, gruñendo a los magos.

Gri desenfundó su espada y se protegió con el escudo mientras que Fulmuën se puso su cuchillo en la boca, cargó una flecha en su arco y la soltó.

Se hundió en el ojo de el primer lobo pero éste solamente gimió un poco y se sacó con una zarpa el proyectil. La herida se sanó. Comprendieron entonces que esos no eran lobos corrientes.

-¡Fuera de aquí alimañas! -imperó el humano.

Las fieras soltaron unos gruñidos que al joven le parecieron que querían ser unas carcajadas. Soltaron más aullidos triunfales, flexionaron las piernas y se lanzaron sobre las presas.

Dos de ellos se lanzaron contra Gri que se defendía con su redoma. Otra felcha del elfo se clavó en el pecho del tercero pero tampoco le dañó.

El humano le cortó una pierna a uno de ellos pero le volvió a crecer al cabo de poco. El otro lobo aprobechó el instante en que estuvo desprotegidoo para lanzarle un zarpazo.

Gri salió volando e impactó contra una roca. Uno de los lobos saltó encima de él. Sintió la presión sobre su pecho. Las mandíbulas del animal se empezaron a cerrar alrededor de su cuello, destilando una fuerte peste. Pero el otro no se dió por vencido y le agarró los colmillos.

Empezó a perder fuerzas cuando el lobo caió hacia un lado. Gri vió que Pachi estaba agarrado en su lomo blandiendo su espada. El animal intentaba zafarse de él. Otro lobo fue a socorrerlo.

Gri se levantó, saltó sobre ese otro y hundió el hierro en su espinada. Sólo durante un momento miró a su alrededor para ver a Larenlië y a Zorim como les ayudaban

Pachi aprovechó una distracción de su rival para hendirle la espada dentro de su garganta. No fue lo bastante rápido. El lobo cerró sus dientes sobre su brazo antes de que pudiera sacarlo.

Rugióó de dolor. Sentía cómo los colmillos se desgarraban su carne y llegaban a los huesos. Intentó sacar el brazo antes de que le arrancara de cuajo pero no podía.

De pronto el lobo gimió y cayó a sus piés, muerto. Pachi sacó su brazo y descubrió que el animal tenía una flecha clavada en el costado que humeaba.

El lobo que atacaba a Fulmuën recibió la misma suerte. El tercero, acobardado, huyó en la oscuridad.

Pachi se derrumbó al suelo. Los otros fueron a socorrerlo.

-¡Pachi! ¡¿Estás bien?! -preguntó Gri.

-No demasiado... -dijo el otro descubriendose la herida.

En su antebrazo se veían las dos marcas de los colmillos.

Entonces entraron en el camino un grupo de sombras que llevaban arcos y les apuntaban a ellos.

-Amba-má... -dijo uno de ellos con una voz muy musical.

domingo, 30 de noviembre de 2008

LA CIUDAD FANTASMA

El episodio 9:

Capítulo 9: LA CIUDAD FANTASMA

Al despertar a la mañana siguiente nuestros viajeros se prepararon y marcharon junto al capitán y cinco hombres más a explorar aquella ruinosa ciudad.

Fueron recorriendo las desoladas calles. Pronto Fulmuën se dió quenta de algo:

-Maestra, mire estas paredes.

Todos se acercaron a lo que señalaba. En una pared de una casa se vislumbraban unas manchas negras.

-Quemadas. -dijo Zorim- esta casa fue quemada.

Empezaron a mirar con mas detenimiento los edificios de alrededor. Todos tenian aquellas quemadas e incluso algunos mostraban aún algunos trozos de vigas de madera enegrecidas por el fuego.

-Parece que esta ciudad fue un horno. -dijo un hombre.


-Si, y ya nada crece aqui. -se fijó Larenlië- Esta ciudad debió ser muy bella.

A medida que exploravan la ciudad descubrieron que estaba muy bien ordenada. Las amplias calles daban a unas circulares plazas. Habia incluso rastros de infraestructuras tales como fuentes, aqueductos, alcantarillados... Hasta encontraron los restos de un jardí público pero todos los arboles y todo lo que allí floreció ahora estaba marchito.

Ya llevaban rato andando por allí quando llegaron a una de aquellas plazas. En el centro habia un bloque y una estatua de alguien encima de él. Los quatro magos fueron a observarla.


La estatua estaba bastante demacrada por los años pero mostraba a un erguido elfo ya que le delataban sus picudas orejas.

-En definitiva estamos en el sitio correcto, es un elfo. -baticinó Gri.

-Creo que era una elfa por sus senos pero alguien le destrozó la cara. Fijaos, se pueden ver golpes de un pique.

-Era una reina... -dijo Larenlië- Lleva corona además en el pedestal parecen haber unas inscripciones... parecen en élfico antíguo... "ANALTA TÁRI HILMERONIË, HERI ID FANCHOAl"

-¿Que significa? -preguntó el capitán.


-En honor de la sobirana Hilmeronië, Señora de Fanchoal. -respondió Fulmuën.

-Así que esta ciudad se lla...

Gri no pudo acabar la frase pues un halarido de dolor les sobresaltó.

Uno de los marineros cayó al suelo con un dardo clavado en su espalda, muerto. Miraron de dónde provenía el disparo. De allí salieron más flechas.

-¡A cubierto!

Rapidamente todos corrieron a protegerse detrás del pedestal. Otra flecha alcanzó a otro hombre. Desenfundaron sus armas. Larenlië sacó un poco su cabeza y vió que los disparos venían de detrás delos muros semideruiïdos de un edificio y los atacantes parecían tener bastante puntería. Aún así no consiguió verlos.

Se oyeron unos gritos de guerra. Aunque todos tenían cierta musicalidad eran parecidos a los chillidos de una hiena. Quando la elfa volvió a mirar vió que un grupo de unos veinte humanoides se dirigian hacia ellos, corriendo como locos, empuñando unas largas lanzas, sables o arcos. Se protegían con unos grandes escudos y armaduras que les cubrian casi todo el cuerpo. Todo ello mostraba signos de vejez y oxidación.

-¡Preparaos para luchar! -gritó la elfa.

Los exploradores salieron de su escondite blandiendo sus armas.

Fulmuën y todos los que llevaban armas de fuego dispararon. Alcanzaron a seis.
Los dos grupos chocaron. Los atacantes luchaban con fluidez de movimentos. Gri le rebanó la cabeza a uno de ellos pero fue atacado por dos más. Pachi combatia con uno de especialmente alto. Larenlië matenía a raya a otros cuatro y el resto luchaba con fiereza.

Zorim aplastó a uno de ellos. Se giró. Delante de él vió a un enemigo que dirigía su espada hacia él. No tuvo tiempo de parar el golpe pero el atacante gimió y cayó al suelo, con una flecha en su espalda. El enano miró a Fulmuën, su salvador, e hizo un gesto de agradezimiento un poco hosco.

Al fin los atacantes huyeron por dónde habían venido.

-¡Rápido, que no escapen! -gritó Gri.

Los dos magos y la elfa empezaro a correr detrás de ellos. Los enemigos se perdieron entre las piedras.

-¡Separemo-nos, pero sin ir lejos! -propuso Pachi.

Y así lo hicieron. Gri empezó a recorrer por lo que fue una calle.

De pronto hoyó un ruido a su izquierda. Rápidamente se puso en guárdia, estudiando todo lo que veía. Provenía de una estrecha casa. Entró con lentitud.

Las paredes internas ya casi se habían derrumbado todas igual que los pisos superiores. Gri vió que en el fondo había una figura tumbada, apoyada contra la pared.

Se acercó con cautela. Llevaba un montón de placas que le protegían de los golpes, también en la tumbada cabeza.

Gri respiró hondo y acercó su mano izquierda hacia el casco y rápidamente se lo quitó. Se quedó paralizado, sólo era un blanco cráneo.

Quando se giró para largarse no tuvo tiempo de reaccionar. Su rival le lanzó un golpe con su lanza. Gri aulló de dolor por la punzada que sentía en el abdomen. El joven levantó su espada. Le descargó un golpe y le cortó el cuello.

Se miró en dónde le había alcanzado. Por suerte la lanza no había penetrado demasiado en su carne. Respiró aliviado y se sacó la punta.

Antes de marcharse, pero, quiso ver la tapada cara del caído. Le sacó el casco. No cabía de asombro. Era un elfo.

Lo observó con más detenimiento. Tenía la piel muy pálida, de un tono gris. Unos cabellos blancos cómo la nieve. Por el resto parecíaun elfo normal excepto por sus ojos muertos. Eran azules y con el blanco enrojecido, de rábia quizás.

Decidió que ya había visto demasiado y se largo por dónde había venido.

Llegó a la plaza. Todos ya estaban allí. Vió que otro marinero había murto durante el combate.

-¡Ah, Gri! -dijo con alivio Zorim- ¿Has pillado a alguno?

-Uno me a atacado y no podrá contarselo a nadie... Me ha herido, pero no es nada grave. ¿Y vosotros? ¿Habéis visto que són?

-Se nos han escapado y no les hemos visto la cara. Ahora queríamos mirar estos...

-No hará falta yo si que lo he visto, son elfos.

-¡¿Qué?! -exclamó Larenlië.

-Si no me creéis miradlo vosotros mismos.

Le sacaron el casco a uno de ellos.

-Es cierto... -reconoció la elfa- Pero no son elfos corrientes.

-¿Pues q-qué... -dijo con dificultad Gri.

Todos lo miraron. El joven se sentía muy mal y los otros se dieron quenta.

-Gri, ¿Te encuentras bien? -preguntó Pachi.


Aquellas palabras le llegaron lejanas. Estaba muy pálido y temblaba. Un sudor frío recorría su espalda. Perdía la visión por momentos.


Entonces, ya ciego, se derrumbó al suelo. Lo último que hoyó antes de desmayarse fue el grito de Larenlië que resonaba muy mortecino.


Abrió los ojos. Sólo veía manchas grises que se movían. Con el rato su vista se agudizó lo suficiente como para ver a una borrosa Larenlië sentada a su lado, observándolo.


-Pachi... Gri... despertado... -hoyó con dificultad Gri.


Vió que otra borrosa figura se acercaba, Pachi.

-Gri... Gri...

El joven empezó a delirar y volvió a quedar inconsciente.


Pachi miró a Larenlië:

-Al menos sigue vivo... Esa herida.


-Lo han envenenado, sin duda. -dijo la elfa- Se que está hecha con plantas ¿Pero que debe contener?

-No lo sé pero debemos darnos prisa en descubrirlo. Mis pociones sólo retrasan sus efectos.

-Y me pondré a trabajar en seguida con Fulmuën. Tenemos gran conozimiento de herbologia. -dijo con resolución Larenlië- Pachi, por favor. Ve al sitio en dónde Gri a sido herido y traeme el arma envenenada.

-Ahora voy. Continuaré la exploración. Debemos descubrir de dónde han sacado estas plantas, aún tendremos suerte.


-Será díficil, sólo hay un riachuelo cercano y ni allí crece nada.

-Quizás porqué no estamos en el mejor sitio. Bueno, me voy.


-¿A dónde?


-Tapiaremos las paredes de este astillero y organizaremos las guardias. Estamos en territorio hostil.

-Tendremos que empezar a pensar en encontrar el cuerno.


-Si y algo me dice que está en esos bosque de allí -dijo Pachi mirando por una grieta hacia el exterior.


Durante cinco días Pachi dirigió las patrullas de exploració. Recorrieron la ciudad, sin encontrar rastro alguno de los elfos pero sí más indicios de que allí se había librado una batalla, como algunos esqueletos. Larenlië y Fulmuën empezaron a analizar las muestras del veneno. Sólo consiguieron adivinar que se hacia con las hójas trituradas de perjili, pétalos machacados de una flor llamada maglonai y era mezclada en agua con otras tres plantas pero no consiguieron adivinar su fórmula. Mientras, a Gri le empeoró la enfermedad e incluso tuvo fiebres, vómitos y delirios. Aún así el joven luchaba contra todo ello.


En el anochecer del quinto día Pachi regresó con los exploradores. Larenlië estaba al lado de Gri que hablaba en susurros. Ella le miró a los ojos, esperanzada, pero en seguida vió el fracaso del humano.


Pachi ya no podía aguantar más. Sabía que Gri no tardaría en morir, lo sabía. Y supo que debía actuar ya.

Fue a ver al capitán:


-Capitán, me voy.


-¿Como?


-Que me marcho en busca de aquellos elfos. Debo descubrir como preparan el veneno.


-Como quiera señor. Le proporcionaré...


-No, iré sólo.


-Pero...


-He dicho que iré sólo. No quiero poner a más gente en peligro.


-Como quiera... pero vijile...


-No se preocupe.


Cojió su espada, la pistola, un zurrón con provisiones y se puso una capa, las noches allí eran muy frías.


Ya se hiba cuando alguien tosió a sus espalda. Era Zorim que fumaba en su pipa.


-¿Se puede saber a dónde vas?


-Voy a buscar a esos elfos.



-Dirás "vamos" a buscarlos.



-Zorim...



-No, no, no. Te aseguro que por algo hize mi juramento de estar a tu servicio. ¡Ahora no podrás sacarme del medio, humano!



-Esta bien -rió Pachi.



Soltaron unas carcajadas. El humano esperó a que el enano se preparara. Una vez listos salieron por la puerta del astillero y empezaron a recorrer las calles.



Tardaron dos horas en salir por la destruida puerta norte de la ciudad, transeversal a la playa. Hasta entonces no habian salido al exterior. Antes de continuar de avanzar miraron al cielo, que en aquel lugar era muy oscuro y buscaron la constelación del arco, que siempre aseñalaba el norte. Una vez encontrada continuaron su trayecto.



Tardaron poco en llegar al riachuelo que desembocaba en el mar. El agua casi no se movía y apestaba a podredumbre.



Una vez allí decidieron seguir la corriente en dirección contraria, hacia el este.



La tierra de su alrededor estaba desolada. Casi todo lo que allí vivió ahora estaba muerto, marchito. Lo poco de vivo que había no eran mas que malas hierba o arbustos. Cruzaban por extensas campiñas, pantanosas hondonadas y frondosos bosques, siempre atentos.



Fue a la media noche cuando alviraron desde un grupo de árboles unos montícilos de piedra. Entre ellos se apreciaba una mortecina luz anaranjada.



-Parece que hemos llegado... -susurró Pachi.



-Si... ¿Que?... vamos -se animó Zorim.



-Espera... debemos ir con cautela... cubramos-nos con la capucha... atento y silencio ahora...



Una vez bien camuflados y listos para atacar. Empezaron a arrastrarse por el suelo con mucha lentitud. Media hora después sólo habian recorrido veinte metros de los cincuenta que les quedaban.



Al cabo de una hora llegaron al pié del campamento. Vieron que un adormecido centinela que estaba escondido detrás de unas rocas pero que no les veía. Aprovecharon la distracció para levantarse y andar hasta esconderse entre unas rocas. Pachi se atrevió a mirar al interior.



Estos montículos de piedras formaban un cerco defensivo. En el centro habian cuatro tiendas de pieles entre las piedras en una hogera central. Además de aquel centinela había otro justo en el otro lado. Pachi se giró hacia Zorim:



-¿Que te parece? ¿Les damos una visita?



-Encantado -dijo el otro.



Pachi asintió y saltó hacia dentro. Disparó al sorprendido centinela. El otro gritó alarma. El humano agarró una lanza del caido y la lanzo contra el otro. Lo silenció.



Todos los otros miembros salieron de sus tiendas, confundidos. Los dos atacantes aprovecharon. Saltaron sobre ellos. Eran una quinzena. Mataron a tres de ellos. Pero cómo no estaban preparados para luchar salieron corriendo a los pocos minutos de combate.



-¡Vamos Zorim! ¡Mira en esa tienda!



-¿El que?



-Mira si hay alguna hierba. Si la hay cojela.



El enano obedeció. Pachi entró en una de las tiendas. No había nada. Miró en la segunda. Tampoco. En la tercera tuvo suerte.



-¡Aqui, Zorim! ¡Vengua, volverán de un momento a otro!



El enano entró y le ayudo a poner las hierbas que colgaban del techo en el macuto. Una vez lleno salieron pitando del lugar, por donde habian venido


Al parecer los elfos tardaron en volver y una vez allí también en organizarse y salir en su persecución.


Esta vez volvieron corriendo por lo que en lugar de tardar tres horas sólo tardaron una hora i media. pero quando ya estaban cerca de la ciudad hoyeron los gritos de guerra de los elfos.


-¡Venga Zorim, ya hemos llegado! -le animó el mago.


Al enano le costaba mucho seguir al otro. Aún ser muy fuerte sus cortas patas le limitaban su rapidez.


Entraron por la puerta. Los perseguidores estaban a unos treinta metros. Recorrieron las calles. Hiban acortando distáncias.


Al fin llegaron al astillero. Los enemigos estaban a diez metros.


-¡Cubrídnos! ¡Abrid las puertas! -gritó Pachi a los de el interior.

El capitán acató la orden.


-¡Venga muchachos! ¡Disparad!


Los hombres abrieron fuego. Una ráfaga de balas impacto contra los elfos. Casi todos caieron víctimas. Los pocos supervivientes huyeron entre las sombras, acobardados por el fuego.


Pachi y Zorim entraron en el astillero. Salieron a recibirlos el capitán y algunos hombres:

-¿Habéis encontrado algo?

-Les hemos robado unas hierbas.

Fueron en dónde Gri estaba alojado. Fulmuën estaba investigando el veneno y Larenlië seguía allí, velando al humano. Levantó los ojos y esta vezvió un rayo de luz en los de Pachi. Éste le dió la hierbas. La mujer se lo agradeció con sinceridad.

-No le quedan muchas noches... -dijo ella.

-Pero si la vida...

Los dos elfos se pusieron a trabajar. Durante dos días Pachi ayudó al paciente mientras los otros se pusieron a investigar, absortos en el trabajo. Al siguiente día Larenlië les contó su descubrimiento a Pachi y a Zorim:

-¡Lo logramos! Ya sabemos cómo se mezaclan las plantas y cómo contraresar sus efectos.

-¿De verdad? -dijo con excitación el humano.

-Si y ahora nos pondremos a trabajar en ello.

-Bien... -dijo el enano.

Pasaron unas quantas horas y al fin la elfa y su aprendiz volvieron con un cuenco que contenía un líquido azulado.

-Espero que funcione... -dijo Pachi.

-Funcionará, es un tónico bastante efectivo -dijo convencida la elfa- Ayudame ahora. Levántale un poco la cabeza.

El joven obedeció. Luego Larenlië acercó el cuenco a los morados labios de Gri y hechó el cuenco con lentitud. El maltrecho humano empezó a tragárselo. Una vez consumido esperaron. Al cabo de unos minutos observaron que recuperaba tonalidad en la piel y empezaba a moverse un poco.

-¡Funciona! -exclamó el enano.

Al día siguiente volvieron a aplicarle aquela pócima. Mejoró notablemente, abría los ojos, hablaba un poco, recuperaba movimiento y fuerza... Tres días después empezó a levantarse y a moverse. Y al día siguiente ya estaba listo para ir en busca del cuerno...