lunes, 26 de enero de 2009

LA SAGA DE EGIL: PRÓLOGO

Hola,
El otro día me desperté creativo y e decidido empezar esta nueva serie. Se llama: EGIL Y SU SAGA. Relata las aventuras de un vikingo llamado Egil durante la Era Vikinga (periodo de la edad media entre 793 - 1100), durante esa época se dieron a conocer los terribles vikingos. Todos tenemos una versión equivocada de este pueblo nórdico. En realidad fueron grandes comerciantes, navegantes y exploradores, además de grandes guerreros.

Para hacer éste relato me he documentado mucho. En algunas palabras o acciones hay notas señaladas para que lo entendáis mejor. Disfrutadlo:


Prólogo:

Los últimos rayos del sol veraniego se filtrarban por la estrecha ventana. Los monjes rezaban sus oraciones frente al rico altar. Sólo les faltaba una oración pero esta la dijeron con especial respeto:

-A furare normannorum libera nos Domine {1} -dijo el Abad, que dirigía la misa.

-A furare normannorum libera nos Domine -repitieron el resto de monjes.

-Amén -dijeron todos a la vez.

Así terminó la oración. Los monjes empezaron a abandonar la capilla, dirigiéndose al refectorio pero uno de ellos se dirigió al altar:

-Mi señor -dijo el joven monje al Abad- podría ablar con vos un momento?

-Claro, hijo -respondió el viejo Abad- ¿Qué sucede?

-¡Oh que Dios se apiade de mi! Hace dos noches tuve una pesadilla... ¡Vi a las Fieras del Norte!

Todos los allí presentes se quedaron quietos al oir tal mención. Algunos rezaron, otros permanecieron en un sepulcral silencio, todos temblaban. El joven monje retomó su historia:

-Vi cómo entraban en la Casa de Dios y profanaban las relíquias. Con sus garras nos atacaron y... -no pudo continuar.

Siguió un largo silencio. Al fin, el Abad respondió en tono tranquilizador:

-Calma joven Jhon, hermano copista, calma... Nunca debéis hacer caso a las pesadillas, pues son artimañas del Diablo, que pretende confundir nuestros pensamientos. Ni tampoco tenéis que pensar en las fieras del norte. Son un cástigo divino que nuestro señor a enviado para castigar a los pecadores. Nadie aquí a pecado. Mientras oremos al Señor todopoderoso y le pidamos su Santa Misericordia podremos dormir en paz... Ahora, hermanos, vayamos a cenar...

Todos obedecieron y salieron, algo aliviados por las palabras del Abad pero ni tan sólo él estaba del todo seguro de sus palabras.

Ya era media noche, una noche de calor en aquellas costas inglesas. Algunas oscuras nubes tapaban las estrellas por lo que era una noche especialmente oscura. Ya todos los lugareños y los monjes del monasterio dormian. Nadie vió aquellas tres embarcaciones que se acercaron a la costa.

El hermano Jhon se despertó de repente. Tenía calor y además oscuros pensamientos se le habían llevado el sueño. Se puso sus zapatos y una capa y salió sin hacer ruido de la celda. Fue a los jardines del cláustro y empezó a pasear por ellos. hasta encontrar un banco en dónde sentarse.

-¿Tú tampoco puedes dormir, hijo? -preguntó una voz detrás de él.

El joven copista se giró y vió una figura apoyada en un bastón. Quando se fijó más se dió cuenta de que se trataba del Abad. Se asustó de sobremanera.

-¡Oh, perdoneme señor! -exclamó el joven.

-No pasa nada ¿Aún estas inquieto por tú pesadilla? -dijo el anciano, sentándose a su lado

-Si...

-Debes pensar en cosas buenas no en cosas malas.

-No puedo evitarlo, mi señor...

-Si te sirve de consuelo té diré que hace dos semanas mandé una carta al señor de Bamburgh pidiéndole protección.

-No lo sabía pero, ¿A qué protección os referís, Abad?

-No lo he comentado con nadie porqué no lo he considerado oportuno. A tu respuesta te diré que le pedí que nos prestara algunos de sus guárdias para defender el convento de los posibles ataques paganos. Estas costas son cada vez más peligrosas. Sus tropas llegarán dentro de poco. Puede que mañana por la mañana.

-¿Y con que..

Jhon no pudo terminar su frase. Un potente rugido resonó en toda la abadía. Más gritos le respndieron.

-¡Dios mió! -exclamó el Abad- ¡¿Que ha sido eso?!

Se hoyeron fuertes portazos.

-¡Están golpeando la puerta principal! -exclamó el copista.

-No puede ser... -dijo el viejo Abad- ¡Jhon ve a despertar al los otros hermanos! ¡Tendremos que contenerlos! ¡Deprisa!

El joven obedeció y al cabo de unos minutos algunos los monjes que aún conservaban algo de valor salieron armados con todo lo que pudieron encontrar y fueron al patio exterior.

Desde el otro lado del muro los atacantes lanzaban antorchas ardiendo. Algunas caieron en los tejados de paja de los edificios. En cuestión de momentos ardieron en llamas. Uno de los acobardados monjes se arrodilló y empezó a implorar:

-De la furia de los norteños liberanos, Señor.

La puerta acabó por ceder.

Faltaba poco para el amanecer cuando diez guardias del señor de Bamburgh, encabezados por uno de sus fieles caballeros, llegaron al monasterio que se emplazaba encima del acantilado. Sus derruidas paredes estaban enegrecidas y aún despedían humo tras el terrible incendio.

-Madre de Dios... -susurró el caballero- Vosotros cinco entrad a ver si aún queda alguien con vida y vosotros dos dirigios a los pueblo próximos. ¡Vamos!

-¡Si señor!

El valiente noble se quedó allí a fuera con los tres soldados sobrantes mientras el resto hacia el trabajo sucio. Al cabo de un rato los guardias salieron del monasterio.

-Todos han muerto aunque que algunos monjes han desaparecido porqué hay más lechos que muertos. -informó uno de los hombres- Parece ser que se han llevado muchas joyas. Han quemado lo que parecía la biblioteca y altar ha sido destrozado.

-¿Estaba el Abad allí?

-Creemos que si. Hemos encontrado un cuerpo ricamente vestido.

El noble se enfureció. Luego regresaron los otros dos hombres:

-Señor, también dos aldeas cercanas parece haber sido arrasadas.

-¿Quién habrá sido capaz de tal osadía? -se preguntó el caballero.

-¡Mi señor, mire! -señaló uno de los soldados que estaba en el borde del acantilado- ¡Hay tres barcos!

Todos se acercaron y miraron al mar. Allí los primeros rayos del sol reflejaron tres pequeñas naves de una unica vela cuadrada que se alejaban de la costa con rapidez.


-Lo imaginaba... Han sido ellos... -dijo el noble.

-¿Quiénes, mi señor...?

-Los perros paganos, los Hombres del Norte.

-¿Piratas? -le preguntó uno de los guerreros.

-Si... vikingos... -escupió el caballero.

Los tres barcos atracaron en la pequeña playa del fiordo. Los viajeros desembarcaron en su amaday fría tierra y empezaron abajar el equipaje y demás. No pasó mucho que llegó un hombre, montado en un poney, escoltado por otros dos jinetes. El hombre desmontó y fue a encontrase con el cabezilla de los barcos, un hombre bastante corpulento. Una vez ante él se inclinó:

-Levanta, amigo -imperó el marinero.

El otro obedeció:

-Bienvenido a vuestra casa, mi rei, ¿Os a sentado bien el viaje, mi señor?

-La verdad es que si -contestó el viajero con satisfacción- Hemos conseguido un buen botín. Éste misseri {2} que se aproxima no pasaremos hambre. ¿Alguna novedad, Mikfrod?

-Por desgracia si... -respondió el consejero.

-No me lo cuentes ahora -le interrumpió el marinero- Estoy cansado y deseo ver a mi familia. Dimelo durante la celebración.

-Como ordene, mi señor.

Así pues aquel marinero, el rei de aquellas tierras cuyo nombre era el de Thorsteinn Sveinson, el Campeón {3}, se dirigió escoltado por todos sus hombres que le habían acompañado en la expedición y con Mikfrod a su pueblo, Fiskgard.

Durante la noche los felices vikingos se habían reunido en la sala común de la casa del gran jarl {4}. Éste havia invitado a todos los lugareños para celebrar la gran victória. Allí empezaron arepartires el botín entre todos los thanes {5} y el resto de guerreros. Joyas y monedas de oro y plata, monjes esclavizados... Comían carnes sabrosas y bebían una rica hidromiel. Se practicava el sexo sin pudor alguno. Una feliz música se desprenía de las flautas y harpas.

El Campeón ya se encontraba más descansado, sentado en su trono. Su esposa, una joven mujer, se acercó a él con un bebé dormido en brazos:


-Ah... Gracias mi reina... -dijo el jarl cojiendo a su hijo- Hola pequeño. Mira tengo algo para tí.

El rei hurgó en un baúl y de él sacó un pequeño medallón de oro, decorado con gravados muy bellos. El rei le puso dicha joya en el cuello del pequeño. Entonces se acercaron Mikfrod y Gunnjorn, otro consejero que había participado. Éste último se fijó en el collar:

-¡Vaya parece que el pequeño también se lleva su parte!

-¡Jajaja! -rió Thorsteinn- Si, lo encontré en aquel templo que atacamos.

-Mi señor -interrumpió Mikfrod- ¿No deseáis que os cuente lo ocurrido?

-Claro, acércate...

Obedeció y al estar cerca susurró:

-Los clanes del norte se están uniendo... Aún no están listos pero no les falat mucho.

-¡¿Cómo?!

-Siénto decíroslo pero es cierto. Parece que les dirige el Bizco.

-Deberíamos atacarles lo más pronto posible -dijo Gunnjorn.

-Si...

Justo entonces la puerta se oyeron golpes en el portón del salón. La mayoría no le prestó atención, exceptó el jarl, su esposa y sus consejeros.

-Sielncio! -ordenó el rei.

Todo sonido murió de repente:

-¡¿Quién llama?! -gritó Gunnjorn.

-¡Abran! -dijo una apagada voz masculina- ¡Abran la puerta, por piedad!

-¡¿Qién llama?! -repitió el consejero.

-¡Soy el sirviente de la granja de los Fruij! ¡Nos atacaron! ¡Ayuda! ¡Mi amo esta herido!

-¡Abrid! -ordenó el rei.

Algunos hombres que aún podían mantenerse en pie acercaron sus manos a la empuñadura de sus hierros. Uno de ellos fue hacia el portón, levantó el tablón de madera que servía para cerrar y abrió.

No tuvieron tiempo de reaccionar. Un montón de guerreros entraron armados hasta los dientes en la sala.

-¡A las armas!

Los atacantes se abalanzaron sobre los indefensos borrachos. Algunos intentaron defenderse. Murieron con rapidez. Las mujeres eran perseguidas y violadas por los extasiados asaltantes. El rei, empuñando su hierro, se dirigió a su mujer:


-¡Llévate a nuestro hijo! ¡Yo los contendré! -luego se dirigió a dos de sus hombres- ¡Acompañadla! ¡Salid por la puerta trasera!

La reina obedeció y huyó con su vástago, los guárdias y su esclava, Abye. Mientras el rei se lanzó con los sus pocos hombres que aún no habían muerto o sido capturados. Luchó con honor y mató a muchos. De pronto sintió cómo alguien le golpeaba la espalda. Ruigió de dolor. Perdió fuerzas y caió de rodillas. Tenía un feo tajo en dicha parte. Se volvió y vió a su atacante. No lo creía, era su consejero Mikfrod.


-Tú... traidor... -escupió el jarl.

-Así es mi rei -dijo con cruieldad el consejero- ¿Tienes algo que decir antes de morir, mi rei?

El noble cojió aire y dijo solamente:

-La ambición y la venganza siempre estan hambrientas...

El consejero se mofó de tales palabras y le rebanó la cabeza al rei.

De mientras, la reina salió por la puerta trasera. No recorrieron muchos metros cuando un pequeño grupo de guerreros salieron a su encuentro. Los dos escoltas de la dama se defendieron de ellos:

-¡Mi señora! ¡Huid! -imploró uno de los guárdias.

La reina y su sierva aprovecharon y salieron corriendo entre las casas del pueblo, colina a bajo. Corrieron ya habían salido del pueblo. Oieron los pasos de sus perseguidores detrás de ellas, cada vez más cerca. De repente la reina paró en seco y la criada también tuvo que detenerse:

-¡Vamos mi reina! ¡Vamos!

-No tengo fuerzas para seguir... -respondió la mujer- Eres libre, Abye. Por favor, llévate a mi hijo, huye en uno de los botes.

-Pero...

-¡Hazlo!

La sierva no tuvo elección, cojió al pequeño y salió corriendo. La reina se quedó allí, plantada, esperando a sus verdugos.

Abye llegó a la playa del fiordo. Además de los barcos grandes, unos pequeños botes de cuero que tenían forma de cuenco también estaban allí. La mujer cojió uno lo puso en el agua, se subió a él y empezó a remar.

Quándo hubo avanzado unos veinte metros vió cómo unos cuántos guerreros en la playa se habían fijado en la fujitiva. Ésta remó con fuerza. Se hoyó un chasquido y una flecha se clavó en su omóplato. La mujer gritó y remó aún más fuerte. Dos flechas más estuvieron a punto de alcanzarla. Al poco se rindió y se desmayó.

Habían pasado casi tres noches. Amanecía cuándo aquel delgado pescador se dirígia, con su hijo primogénito de seis años, en la playa. Subieron en un pequeño velero y emprendieron su marcha de la costa. Allí empezaron su faena, en el frío mar azul.

Al cabo de dos pesadas horas el muchacho dijo al padre:

-Padre, oigo llorar a alguien.

-Pues nos va a asustar a los peces...

A medida que pasaba el tiempo esos llantos se hiban haciendo cada vez más cercanos y claros. Padre e hijo estaban intrigados. Hasta que el niño exclamó:

-¡Mira padre! ¡En aquellas rocas hay un bote!

El padre observó dónde señalaba el niño. En la lejania, entre las rocas caidas de un cercano promotorio habia un pequeño bote que se balanceaba peligrosamente, sin llegar a bolcar. Los llantos provenían de él, aunque no parecía haber nadie.
Los pescadores dirigieron el velero hacia la pequeña embarcación.

Al estar cerca vieron que una pálida mujer estaba tumbada en él. Debajo de ella se hoían los llantos. Observó que el cadáver de la mujer tenía una flecha en la espalda. El padre saltó en el bote y apartó aquel cuerpo sin vida. Debajo había un bebé llorando.

-¡Por todos los dioses! ¡Grim! ¡Prepara los remos!

El padre regresó al velero con el nacido y mandó a su hijo remar. Volvieron a la playa y corrieron hasta su hogar. Al entrar el pescador se dirigió a su mujer, que estraba dando el pecho a su hija. Ella preguntó porqué tanto estruendo.

-¡Dora! ¡Hemos encontrado este bebé a la deriva! -dijo su marido pasándole aquel pequeño ser.

La mujer se sorprendió:

-Está hambriento... y parece tener frío -dijo mientras acercaba la boca del niño a la mama que le quedaba libre mientras lo cubría con una manta de lana.

El pequeño se arrimó con fervor y estuvo alimentándose así durante mucho rato.
-¿Pero dónde lo has encontrado? -questionó la mujer.

-En un bote mientras pescábamos -contó el pescador- Había también una mujer muerta encima de él. Parece que grácias a que ella estaba encima de él no ha muerto conjelado... Tenía una flecha clavada en la espalda...

-¿De veras?

-Si...

-¿Qué habrá ocurrido? -se preguntó la madre, preocupada. Luego se dirigio al hijo mayor- Grim, ve a ayudar al abuelo.

El niño obedeció y una vez fuera el padre continuó:


-No lo sé. Quizá hiban en algun barco y éste naufragó.

-Ya pero, ¿y la flecha?

-Mmm... -reflexionó el campesino- quizás en medio del mar les asaltaron y la mujer huyó pero herida.

-No sé... -respondió la mujer- ¡Mira! Este niño lleva un colgante con un medallón.

El hombre observó dicha joya y dijo con asombro:

-Parece que és de oro...

-Debe de valer una fortuna ¡Vendámoslo! -propuso la mujer.

-¡No! -se opusó el hombre.

-¿Por qué?

-Seguro que éste és lo único que conserva de su anterior familia. No podemos quitarle su pasado. ¿Te gustaría que te ocurriera a tí?

-Pero piensa en la comida que podríamos comprar. ¿Por qué...?

-Pues porqué nos quedaremos el niño.

-¡¿Cómo?!

-¡Vamos mujer! ¡Se piadosa por una vez! Tendré dos manos más en el trabajo y lo necesito. Yo ya me estoy volviendo viejo y Grim demasiado jóven.

-¡Una boca más que alimentar! ¿Y no podemos dárselo a Barnlø? éste niño sería una carga demasiado grande... y ella no tienen ninguno...

-No, yo le he salvado. Trabajará por mí, cómo paga de esa deuda.

Discutieron una hora entera. Pero al fin la mujer dijo:


-Esta bien... -se rindió la mujer- Deberemos llevarlo ante la parturienta.

-Ahora iré a hablar con Eysteinn -dijo el marido.

El padre, llamado Vesteinn, fue a ver a su relativamente joven primo Eysteinn, el jefe de la granja {6}, al que reveló la historia y le pidió que fuera testigo de el nombramiento. Éste aceptó y juntos fueron a ver a la comadrona local, una anciana de la granja vecina. Al llegar, el pescador habló con ella sobre lo sucedido y ella le dió el visto bueno e iniciaron el ritual {7}.

El padre le tomó en brazos, examinó a su hijo y al no encontrar ningún defecto lo sentó sobre sus rodillas, hechó agua sobre él y dijo:

-Yo,Vesteinn Enarsson, te proclamo, mi hijo y respnderás al nombre de... Egil, ya que és cómo se llamaba mi fallecido hermano, para que su espíritu reste con nosotros. Desde ahora eres de la familia. Que los dioses te protegan.

Acto seguido le hizo el símbolo del dios Thor. Eysteinn le regaló al recién nacido un cuchillo bastante afilado para que lo usara al ser mayor. Así Egil, el que devió ser el heredero de un gran rey, entró en el clan familiar de aquellos humildes granjeros y su medallón de oro restó escondido en un baúl de la casa.

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Vocabulario:


{1} Oración en latín que se daba en todas las iglesias del reino de Northumbria (Inglaterra) durante la Era Vikinga ya que sus costas fueron duramente castigadas. Traducido literalmente dice: De la furia de los hombres del norte líbranos, Señor.
{2} Los escandinavos dividían el año en dos semestres o estaciones llamados misseri. Uno era el misseri de invierno y el otro de verano. En éste caso se refiere sólo al invierno.

{3} Un escandinavo recibía el nombre, que solía ser el de un familiar fallecido, seguido del apellido (hijo/a de...) y al cabo de los años se le daba un heiti, un apodo, que reflejaba algun rasgo importante de ésta persona. Entre ellos se solían llamar con el apodo.

{4} Jarl era el título nobiliario escandinavo equivalente al de caballero. En éste contexto se usa " el gran jarl " para decir que és el jefe de los jefes, osea, el rei.

{5} Los thanes eran los capitanes militares o guerreros destacados, inferiores a los jarls.

{6} Toda granja tenía un jefe. Cómo tal dirigía muchos de los asuntos internos de la hacienda y gozaba de ciertos privilegios o prioridades.

{7} Éste ritual consistía primero en que el padre devía examinar a su hijo para ver si el niño tenía algun defecto físico. Si lo tenía era abandonado a su suerte para que muriese o usado cómo esclavo. Al no tener defecto alguno, le hechaba agua encima (no en el sentido de la bendición cristiana) y el padre le daba un nombre y se le hacía el símbolo del dios Thor, uno de las divinidades más populares. Ahora ya entraba oficialmente en la familia. Luego los testigos le daban regalos.