sábado, 20 de diciembre de 2008

LA LLEGADA AL BOSQUE

11 cap.:

CAPÍTULO 11: LA LLEGADA AL BOSQUE

Amba-má! -repitió aquel ser que se medio escondía en la oscuridad.

-¿Se puede saber que dice? -preguntó Zorim.

-Esta hablando en elfo... no lo entiendo muy bien. Parece el idioma antiguo -contestó Larenlië.

El atacante les volvió a exigir aquella frase. Se hoyan más aullidos de los lobos.

-Me parece que lo entiendo, dice algo así como: "manos arriba".

-Deberíamos hacerles caso, maestra -sugirió Fulmuën.


-Intentaré comunicarme con ellos -dijo la elfa.

-¿No crees que nos matarán? -dijo Gri que estaba atendiendo a Pachi.

-Confiad en mi, algo me dice que no.

Empezó a ablar con el jefe:

-Mermára. Our tôl athgaer. Ned min fein ost maethors Eledh maeth our. Ad ned acu amons daer-garaf. Our antadôl, hîr...


Larenlië les dedicó una reverencia. Los otros entendieron y la imitaron, excepto el caido Pachi.

Dos de los arqueros empezaron a susurrar algo. Luego le preguntaron algo a la elfa pues ella contestó con vehemencia. Después se dejaron ver a la luz de la luna.

Eran bastante altos y caminaban rectos. Se cubrían con ropajes verdes y marrones y llevaban capas con unas capuchas que les ocultaban la cara. Empuñaban largos arcos cargados con unas flechas, las puntas de las cuales brillaban como la plata.

-Dejadles que os quiten las armas -dijo Larenlië a los otros- son elfos...

Los arqueros se les acercaron. No se resistieron. Uno de ellos fue al lado de Pachi y examinó su herida. El capitán se descubrió la capucha y mostró la cara de un elfo, no cómo aquellos oscuros que los habían atacado, sinó la cara de un rubio y pálido que mostraba en sus ojos signos de mucha vejez y cansancio pero no le vieron maldad alguna. Larenlië fue a hablar con él. Estuvieron unos momentos discutiendo. El resto de viajeros no se enteraban de nada de lo que decían pero al fin pareció que el elfo se rindió y empezó a dar órdenes a sus hombres.

Pachi le habían vendado el brazo con una tela y Gri lo ayudó a levantarse. Larenlië se acercó a ellos:

-Cojed buestras cosas, no nos sobra el tiempo.

-¿A dónde vamos? -preguntó Zorim.

-A su hogar...

Rápidamente cogieron todo su equipaje y siguieron al grupo de elfos que les escortó por un pasaje entre aquellos angostos montes.

Continuaron un buen rato corriendo. Los lobos volvían a acercarse.

Entonces el camino empezó a bajar lentamente. Al fin abandonaron los nebulosos cerros. Delante de ellos se extendía un campo que acababa de súbito en una gran mole de algo que parecían arbustos desde dónde eran.

Atravesaron el campo y cuando llegaron cerca de éstos "arbustos" se dieron cuenta de que en realidad eran enormes árboles y que la noche confundía sus ojos. Estaban delante de aquel enorme y denso bosque.

El grupo se fijó en que se habian parado delante una alta estatua muy extraña que brillaba bastante con la luz de la luna. Representaba a un cuerpo humanoide, tallado en madera, delgado, con la cabeza un poco desproporcionada, los pequeños brazos levantados y con la boca y los ojos abiertos como platos.

El capitán elfo puso la mano delante de aquel fetiche e hizo un movimiento con la mano mientras susurraba algo. De pronto los ojos de la escultura emitieron una fuerte luz roja. Zorim dió un salto hacia atrás. La estatua estuvo así durante un rato hasta que sus ojos cambiaron de repente al color verde y luego se volvieron a apagar.

-Uo cal lelya arta-taurë -dijo el elfo girándose hacia ellos.

-¿Que ha dicho? -preguntó Gri.

-Que podemos ir por sus bosques -le respondió la elfa.

Los elfos cruzaron el linde, los viajeros les siguieron en fila india por un estrecho sendero.

Al principio todo era oscuridad pero, de pronto, empezaron a aparecer unas pequeñas luces blancas a izquierda y derecha, entre los arbustos, encima de las altas ramas de los árboles, que se movían.

Se fijaron más y cuando se adaptaron a aquellas lucecitas se quedaron impresionados. Eran unos hombrecitos blancos cómo que no debían superar los 30 cm de altura. Sus cabezas eran muy grandes comparadas con sus cuerpos. Parecían más estátuas vivientes que no personas pues no tenían signos de musculatura. Sus caras tenían solo tres puntos negros, los ojos y la boca. Caminaban tranquilamente y parecía que les siguieran, cada vez eran más.

Aún que no tenían ninguna expresión en sus caras a todos les contagiaron un pequeño sentimiento de felicidad indescriptible que les daba ánimos.

-¿Qué son esas cosas? -preguntó un desconfiado Zorim.

-¿Lath ned? -dijo la elfa transmitiendo la pregunta al capitán.

-Ned minë Linyenwataurë... -respondió el elfo.

-Dice que son los Espíritus del bosque, sus guardianes -tradujo Larenlië.

Siguieron así durante un tiempo que no supieron contar, atravesando claros y arroyos. Los espíritus ahora caminaban a su lado, saltando y brincando obstáculos con mucha grácia.

Y al fin entraron en un gran prado circundado por enormes árboles que formaban un anillo. Los espíritus no les siguieron más i regresaron a la oscuridad.

Los cinco viajeros se quedaron asombrados. La luna reflejaba su plateada luz sobre sus claros arroyos, sus tranquilos estanques, sus altos montículos cubiertos de flores.

-Es precioso... -susurró Fulmuën.

Algunos elfos que andaban por allí se acercaron a ver los extranjeros. Pronto estaban rodeados de curiosos elfos que los miraban con asombro. Uno de ellos, empuñando una lanza, se abrió paso entre la multitud y se plantó ante el capitán elfo.

-¡¿Lath ned ims?! -exigió el lancero.

-Ned atta quendë. Ut on ista-ned lath ims celva. Linyenwataurë quetlelya. Quet tul tere ëar... -respondió el capitán.

Muchos de ellos se quedaron pasmados con la respuesta del elfo.

-Larenlië, diles si podemos hablar con quién los dirija -dijo Gri.

-Our mer haryaquet yo yur cáno -dijo la elfa.

Los elfos estaban cada vez mas asombrados. No paraban de repetir: "cal quet". El lancero lo pensó unos momentos pero al fin dijo:

-Mára. Tul yo-me.

-Parece que si... -dijo Larenlië.

El elfo se fue por el prado y ellos le siguieron, escortados por el capitán y sus hombres, y con una procesión de elfos.

Recorrieron aquel mágico lugar. Habían un gran grupo de casa hechas de madera juntadas al lado de un río que cruzaba el lugar. Pasaron el pueblo y treparon por un montículo hasta la cima. Allí había una choza la puerta de la qual estaba vijilada por dos elfos.

El lancero habló con ellos, abrieron la puerta y entraron. Al cabo de un momento volvieron a salir y le dijeron algo al lancero. Luego el elfo le habló a Larenlië.

-¿Qué dice? -preguntó Pachi.

-Sólo podemos entrar nosotros, nada de guárdias.

Así pues entraron, sin su escolta, los viajeros a la oscura choza. Nada más que el último de ellos entró la puerta se cerró de pronto. Todo se volvió oscuro.

-¡No! -gritaron todos.

Zorim trató de abrirla.

-¡Es inútil! -exclamó el enano.

Se hoyó un crujido justo en el otro lado. Todos aguantaron la respiración.

-¡¿Quién anda allí?! -se atrevió a preguntar Gri.

-Veo que me tenéis miedo... -dijo una voz femenina- No os preocupéis que no muerdo.

-Hablas nuestro idioma... ¿Quién éres? -preguntó Gri- ¡Muestrate!

-Os he estado esperando a todos desde hace mucho tiempo... -respondió la voz- Bienvenido a mi humilde casa Gri.

El joven contuvo el aliento.

No hay comentarios: