sábado, 4 de octubre de 2008

LA BATALLA DEL DESFILADERO DEL NORTE

Aquí esta el cuarto episodio:

CAPÍTULO 4: LA BATALLA DEL DESFILADERO DEL NORTE

Gri, Pachi y el Maestro desayunaron en la casa del alcalde de la aldea. Ya eran las diez de la mañana cuando abandonaron el pueblo que ahora les dió una gan despedida llena de alabanzas. Tales fueron los agradecimientos que les regalaron tres caballos.

Galoparon en dirección suroeste, hacia el Desfiladero del Norte, para llegar a tiempo de ayudar a los humanos. Pero perdieron dos horas para enseñarle a Gri cómo montar a caballo.

Ya eran las cuatro de la tarde cuando llegaron a la entrada sur del desfiladero. Era un paso de unos quinze metros de amplio y se tardaban unos cinco dias en recorrerlo a pie. A la derecha habían los llanos terrenos humanos mientras que a la izquierda se encontraba la Sierra del Pico que llegaba hasta las tierras más suerñas de Orvingut.

-¿Habrá empezado ya la batalla, Maestro? -preguntó Gri.

-No lo creo -dijo el mago- Pero será mejor comprobarlo.

El hombre cojió un poco de agua que guardaba en una bota de cuero i la echó en un cuenco natural formado en las rocas y pronunció unas palabras en el idioma arcano. En el cuenco aparecieron unas imagenes que al principio fueron difusas que con el rato fueron cobrando forma. Vieron unos seres, los orcos que estaban andando por el desfiladero.

-Bueno... -dijo el Maestro- Almenos los orcos aún no an llegado hasta aqui. Veamos a los hombres.

Volvió a efectuar el mismo hechizo y entonces vieron a los humanos que andaban al lado de la falda de una montaña.

-Estan muy cerca -dijo Pachi.

Acamparon allí. Gri fue el encargado de vijilar el campamento mientras los otros dos descansaban para recuperar su fuerza mágica.

Faltaban pocas horas para que atardeciera cuando el muchacho divisó a lo lejos, al sureste, unos reflejos que se iban nitidando. El aprendiz despertó a los otros.

-Los hombres han llegado -dijo el Maestro.

Cuando ya estaban un poco más cerca, Gri observó que aquellos reflejos eran provocados por las puntas metálicas de las lanzas de los hombres. De pelo castaño, hiban equipados con cascos de acero, escudos de cuero que protejían todo el cuerpo y armaduras del mismo material. Algunos hiban montados a caballo. Estos, eran más bien pocos, llevaban jubones con cotas de malla, yelmos, y escudos y estaban armados con lanzas y espadas. Sus estandartes representaban a una águila volando, sobre un fondo azul, el mismo color que sus ropajes.

Ya casi habían llegado hasta el campamento de los magos cuando un jinete se adelantó al resto de la tropa, lanza en riste. Llegó hasta donde eran ellos y dijo:

-¡Vosotros, quiénes soys!

-Somos tres magos -dijo secamente el Maestro- sabemos del ataque orco y venimos a ayudaros. ¿Podría hablar con el general del ejército?

El jinete palideció.

-Si, señor -dijo mientras espoleaba a su caballo y regresaba con sus tropas.

Al cabo de un rato, vieron que un grupo de diez jinetes se acercaba. Hiban encabezados por un caballero alto y especialmente corpulento que llevaba una pesada hacha de guerra colgandole del cinto.

-Són ustedes los magos ¿No? -dijo con voz potente.

El Maestro sonrió.

-A si es, viejo amigo -dijo.

El caballero se quedo parado un momento, observando al Maestro, y al cabo de un rato reaccionó.

-¿Brambleburr? ¿Eres tú? -preguntó con cautela.

-Ahún no has olvidado mi voz, eh.

-¡Oh! ¡Amigo mío, eres tú! -exclamó quitandose el yelmo mientras desmontaba.

Era un hombre de unos cincuenta o sesenta años con una larga cicatriz que la atravesaba des de la frente hasta su mejilla derecha, sin duda hecha tiempo atrás en alguna batalla.

-¡No has cambiado, amigo! -dijo el Maestro mientras se abrazaba con el caballero- ¿Cómo van las cosas, Bulbus?

-Cómo siempre -dijo el otro riendo mientras se separaban- Lástima que tengamos que encontrarnos en tiempos tan difíceles.

-Si, es cierto...

-Me han dicho que quieres unirte a nosotros.

-Es lo que pido.

-No puedo negarte nada, amigo -dijo Bulbus- Hemos tenido suerte porque se nos han unido un grupo de enanos que también tenian intención de cortar el paso a los orcos.

-¡Carai! ¡Si que estamos de suerte!

-Si, veo que tienes dos aprendices nuevos.

-¡Ah si! Ya casi me olvidaba -dijo el Maestro girandose hacia los dos jovenes- Bulbus, te presento a Gri y a Pachi. Pachi, Gri, os presento a Bulbus, señor de Altaim.

Los dos jovenes se inclinaron ante el noble, este hizo lo mismo.

Los hombres levantaron el campamento mientras que los enanos construían, un poco a regañadientes, una simple empalizada de un metro de altura que cortaba, de un lado al otro, las empinadas paredes del desfiladero protegiendo el campamento de los orcos.

Ya era casi medianoche cuando el mago y sus aprendizes entraron en la tienda de Bulbus. Habia, además del amigo del Maestro, unos cuantos caballeros más, entre ellos un enano, que estaban alrededor de una mesa y sobre ella un mapa de desfiladero.

-Bien, veo que ya estamos todos -dijo Bulbus- Señores, según me ha informado Brambleburr, los orcos llegarán a la salida del desfiladero al cabo de unas dos horas mas o menos. Debemos actuar. Contando a los enanos ahora somos 1.500 contra unos 2.000 orcos y 1.000 goblins que se les han unido.

Gri se sobresaltó por las cifras.

-Deberiamos quedarnos aquí, protejidos por la empalizada, y abatirlos con nuestros arqueros-dijo uno de los nobles.

Muchos asintieron.

-Pero tenemos muy pocos arqueros -dijo otro.

-Además, si los orcos cruzan la empalizada, habrán conseguido salir del desfiladero y tendrian más espacio para combatir -dijo el enano.

-Por lo que nuestra ventaja se reduciría -finalizó Bulbus.

Los nobles volvieron volvieron a asentir.

-Yo creo tener la respuesta -dijo el Maestro.

Todos se giraron hacia él.

-¿Un mago? ¡Ja! -ridiculizó el enano.

El mago no hizo caso al enano. Se acercó al mapa que había sobre la mesa y señaló un punto del mapa.

-En este punto -dijo- el desfiladero se estrecha bastante por culpa de una roca, unos cinco metros. Se encuentra a veinte minutos a pie de aquí. Los orcos ahún no han llegado allí. Si defendemos este estrecho su superioridad numérica será inútil.

-Tene razón -dijeron los nobles.

Incluso el enano asintió.

-¿Pero y si fracasamos? -preguntó uno de ellos.

-Siempre podemos volver al campamento -replicó el mago.

Hubo más comentarios a favor.

-Bien ¿Que decís a eso? -preguntó Bulbus a los caballeros.

-Agamoslo -dijo uno. Los otros estubieron de acuerdo.

-Que asi sea -sentenció Bulbus.

Rápidamente los humanos y enanos empezaron a movilizarse. Gri nunca había estado en una batalla, excepto la escaramuza de unos orcos contra los enanos, pero aquello era muy diferente. Veía el miedo en el rostro de los hombres, cómo se unían en grupos para no sentirse tan mal, cómo se mordían la uñas y temblaban. A el mismo se le encojía el estómago solo de pensar en lo que se avecinaba. Se encontró al Maestro que hiba seguido de Pachi. Los dos llevaban un jubón, un casco y un escudo de cuero, además de sus espadas.

-¡Ah, estas aqui! -dijo el mago- Te estaba buscando.

-Disculpadme Maestro.

-No pasa nada -dijo poniéndole una mano en el hombro- No te preocupes. Tengo que pedirte un favor.

-Lo que me ordenes.

-Te quedarás en el campamento.

Ahún con lo que estab sucediendo, a Gri no le gustaba permanecer allí mientras sus amigos se jugaban la vida. Cómo podía ser que aquel hombre no confiara en su destreza después de haberle salvado la vida a él y a Pachi de un troll.

-Maestro, yo no...

-No, Gri. Tú te quedarás en el campamento. Debes cuidar a nuestros caballos y tenerlos a preparados por si tenemos que escapar.

-Pero yo...

-¡He dicho que no!

Gri ya no lo aguantaba más, pero la mirada del Maestro no admitía réplica. Justo en aquel momento llegó Bulbus montado ya en su caballo.

-¡Hola amigo mío! -gritó- Preparado supongo.

-Por supuesto -dijo el Maestro.

-Al fin volvemos a luchar juntos... Bueno ya nos veremos en el desfiladero.

Se alejó trotando. El Maestro y Pachi también se fueron pero antes el mago se giró hacia Gri y lo miró a los ojos.

-No vengas -dijo solamente mientras se alejaba entre la multitud.

Pachi se quedó un momento al lado de Gri. No sabía que decirle, su amigo parecía nervioso por la batalla.

-Suerte -le dijo Gri.

El otro le miró un momento e hizo una mueca que parecía ser una sonrisa. Pachi tragó saliba y se apresuró a seguir al Maestro.

Gri entonces supo que debía ayudar en la batalla, lo vió en los ojos de Pachi. Sabía que pasara lo que pasara desobedecería a su Maestro, otra vez.

No sabía muy bien qué hacer. Debía conseguir una arma. Entonces se acordó de una tienda en donde los hombres la utilizaban de arsenal.

Sigilosamente, se dirigió hacia la tienda. No había nadie por allí. Entró. Era una tienda bastante amplia llena de caballitos de madera que sostenían espadas, lanzas, hachas y arcos. Cojió una espada que se adaptaba bien a su mano con su funda, una lanza, un escudo, un casco y un jubón. Se puso todo esto y descubrió lo pesado que era. Ahora, no sabía porqué, se sentía más fuerte y poderoso, se sintió que ya no era un niño.

Quando ya se preparaba para salir oyó unos hombres que se acercaban hablando. Rápidamente Gri se escondió detrás de uno de los caballitos y espió lo que ocurría.

-¡Vamos coje las lanzas! ¡O el capitán nos matará! -dijo uno.

-¡Ya voy, ya voy! -dijo el otro entrando en la tienda.

Gri entonces se le ocurrió un plan.

Desenfundó su espada y la agarró al revés, por la hoja. Se acercó con sigilo al soldado, que estaba de espaldas suyas cojiendo las lanzas. Gri le golpeó fuertemente con el pomo de su espada en la cabeza. El hombre soltó un jemido y cayó al suelo.

-¿Que ocurre? -dijo el hombre que había fuera de la tienda.

-Nada...

Entonces salió de la tienda el soldado cargando con un montón de lanzas.

-¡Venga vamos! -dijo el otro.

Fueron hacia la empalizada. Las tropas de hombres ya empezaban abandonando el campamento.

Se unieron a las filas de uno de esos grupos. Los dos empezaron a repartir las lanzas. Gri tenía la suerte de ser un muchacho alto para su edad y nadie notó la diferencia. Una vez listos el grupo, caminando en doble fila, salió de la empalizada.

-Lo siento, Maestro -se dijo.

Avanzaron por el desfiladero en silencio absoluto, roto de vez en cuando por las indicaciones susurrantes de algún capitán. La noche era bastante clara, iluminada por las estrellas por lo que no necesitaban antorchas. Se notaba tensión en el ambiente.

Gri llegó al fin, con el resto de la tropa, a la parte desfiladero que había descrito el Maestro. Era un lugar más estrecho que el resto ya que había una gran roca en el lado izquierdo que bloqueaba esa parte.

Los humanos y enanos se disponieron en silencio. Un grupo de arqueros humanos se había apostado en cima de la roca pero escondidos de tal forma que era imposible verlos desde el otro lado. El resto de arqueros se dispusieron en salientes de las paredes que formaban atalayas naturales, tambien se escondieron. Los lanceros y los enanos se partieron el sitio. Los lanceros ocupaban desde la roca unos cinco metros y los enanos se pusieron a su derecha ocupando el resto de espacio. Los caballeros, que ya no llevaban montura ya que de poco les servían en aquel accidentado terreno, se les asignó a cada uno un numero de tropas.

La tropa de Gri se puso en la tercera fila del delante. El joven lamentó lo que había hecho pero sabía que no había vuelta atrás. Todo el temblaba.

Se fijó que el Maestro y a Pachi que se habían subido, junto a los arqueros, encima de la roca. Entonces se acercó a ellos, sin subir, una figura que le sacaba dos cabezas a todo el mundo, ahún ser de noche se podía distinguir que era Bulbus.

-¿Que vas a hacer, mago? -le preguntó el caballero a su amigo.

-Voy a hacer un echizo para que el viento sople hacia nosotros para que los orcos no nos detecten nuestro olor.

-¡Buena idea! -exclamó Bulbus.

-¡Shhht! ¡Silencio! -le avisó el mago.

Bulbus volvió a su sitio mientras que el Maestro levantó las manos y pronunció unas palabras mágicas. De pronto el viento, que hasta entonces no habia casi ni soplado empezó a batir lentamente sus alas llevando hacia los hombres y enanos una fuerte edor a podridumbre.

-¡¡¡Buff!!!! -exclamó un hombre que habia detrás de Gri- ¿Que es esa peste?

-Son los orcos que se aproximan -dijo un enano de la primera fila.

Todos volvieron en silencio. Gri estaba más tenso que nunca, temblaba. Observaba la impenetrable oscuridad de delante de él mientras el viento le traía una peste a orina de algun soldado de la prmera fila.

De pronto, se oyeron unos pasos pesados y unos rugidos roncos y guturales que provnían de la oscuridad del desfiladero, los orcos estaban ya muy cerca. Los enanos parecían impacientes.

-Arqueros... cargad -dijo una voz, casi susurrando.

El silencio se rompió un poco más cuando se oyeron a los arqueros tensar sus arcos.

Gri no aguantaba más aquello. Se sentía indefenso como si fuera el sólo el que se tubiera que enfrentar a los orcos. Pero entonces se encendió una llama en su interior, que siempre había permanecido casi extinta. A cada paso que daban los orcos esa llama se reavivaba con más fuerza. De pronto esa angústia, ese miedo que lo consumía fue desapareciendo, para dar paso a una fuerza inerior que lo dejo sorprendido. Ahora ya no tenía miedo a luchar. Al contrario. Quería luchar.

Al fin de entre la oscuridad aparecieron los orcos de piel verde, armados con toscas lanzas, hachas y mazas y equipados con precarias armaduras de cuero i escudos de madera. También estaban los goblins, parecidos a los orcos sólo que del tamaño de un niño, que esgrimían cuchillos.

El Maestro desactivó el echizo y el viento desapareció y los orcos empezaron a olisquear el aire y a gruñir. Al fin les habian detectado.

Se oyeron mas gritos de guerra pero haún no atacaban.

-¡¡¡Lanceros, preparaos!!! ¡¡¡Aguantad!!! -rugió Bulbus- ¡¡¡Demosles una bienbenida que jamas olvidaran!!!

Este grito sacó a los hombres del miedo y empezaron a profanar gritos e insultos contra los orcos, se les unieron los enanos.

Se oyó un profundo aullido de entre el resto de orcos, un aullido fuerte sin igual, y los monstruos, ciegos de odio, cargaron.

Entonces el Maestro y Pachi salieron de su escondite de la roca y empezaron a formular hechizos. De sus manos brotaron fogonazos que impactaron contra las desordenadas tropas de orcos. Muchos salieron despedidos por las explosiones. Pero no retrocedieron. Avanzaban gritando como locos. El fuego mágico iluminó el lugar con una luz anaranjada.

Cuando ya estaban a tiro de los arqueros estos aparecieron de golpe apuntando a los orcos.

-¡Arqueros! -gritó Bulbus- ¡Disparad!

Los arqueros soltaron sus flechas en una lluvia mortal que impacto contra muchos de los orcos que murieron.

-¡He humanos! -exclamó un enano, enfadado- ¡Dejad alguno para nosotros!

Gr rió por lo bajo. Tenía razón.

Los arqueros volvieron a disparar una segunda lluvia de flechas. Pero los orcos se cubrieron con los escudos. Esta vez pocos perecieron. Más fogonazos de los magos impactaron contra los monstruos.

Justo cuando los arqueros empezaron a cargar sus arcos por tercera vez, les orcos impactaron contra los lanceros y enanos.

El choque fue impresionante. Muchos orcos fueron atravesados por las lanzas de los hombres o partidos en dos y destrozados por las hachas y martillos de los enanos.

Las espadas danzaron. Los arqueros dispararon más flechas. Hubo explosiones. La primera fila de lanceros quedó aplastada contra los orcos y la segunda fila la había reemplazado. Gri no sabía que hacer e imitó a los hombres. Empujar al del delante.

La lucha continuó asi un rato. No había un claro vencedor.

El hombre que había delante de Gri fue decapitado por un terrible orco. La sangre manchó al chico. Pero lo último que vió el orco fue que un torpe pero fuerte lanzazo de un humano, Gri, que le atravesaba el abdomen.

El muchaco se defendió de los orcos con fiereza. Atravesó a tres más con su lanza. Cuando se le quebró tubo que desenvainar su espada. Pero no la sabía utilizar muy bien.

La batalla continuó. Dos orcos más y cuatro goblins caieron por el filo del muchacho. Pero ocurrió que el grupo de lanceros no pudo soportar la presión y se disolvió, perdiendo la formación. La batalla se complicó. Todo estaba en desorden Gri asestaba golpes a todo orco que habia a su alrededor. Tenía que vigilar por todos lados. Decidió ir hacia los enanos, que aún formanban. Pero se dió cuenta que los orcos atacaban con más fuerza a los arrinconados enanos y tuvo que volver. Era caótico.

Entonces cayó sobre él un orco que lo tiró al suelo. Intento sacarselo. Y se dio cuenta de que ya estaba muerto.

Se levantó y observó a su alrededor. Nadie venía a por él. Vió a Bulbus pelear contra veinte orcos a la vez, esgrimiendo su temible hacha. Se fijó que algunos enemigos estaban escalando la enorme roca. El Maestro y Pachi se defendían valientemente y los mantenían a raya. Pero los orcos conseguían que no pudiesen formular hechizos. El joven comprendió que lo necesitaban. Tubo una idea.

Vió que habían abatido a un portaestandarte. Corrió hacia el caido y le cojió el estandarte de la águila. Entonces fue a socorrer a un soldado que se defendía de un orco. Gri le asestó un golpe en la espalda con su espada. El monstruo murió.

El soldado ya se hiba pero Gri le cojió del brazo:

-¡Espera, acompáñame! -le gritó al hombre- ¡Tenemos que ayudar a los magos!

El soldado obedeció. Los dos salvaronron a otros hombres y repitieron el proceso. Al cabo de unos minutos ya habían formado un grupo de unos quinze hombres. Suficiente.

-¡Seguidme!-rugió Gri levantando el pesado estandarte.

La tropa corrió hacia la roca. Costaba andar entre los muertos. Treparon por ella. Y empezaron a pelear contra los orcos. Al cabo de un rato consiguieron hacer retroceder a los monstruos. El Maestro y Pachi agradecieron la ayuda.

-¡Venga vamos! -.gritó el joven- ¡A mí! ¡Cargad!

Y bajo por el otro lado de la roca. Los hombres le siguieron, gritando. Saltaron sobre los sorprendidos orcos. Eran muy inferiores pero les apoyaban los arqueros.

Los magos entendieron la estratégia de Gri y empezaron a lanzar hechizos contra las tropas orcas que había en el centro de la batalla liberando y uniendo a los lanceros.

Pelearon así durante mucho tiempo. Finalmente los orcos empezaron a perder fuerza. Los hombres y enanos avanzaron. Los magos dispararon más proyectiles y los arqueros mataron a todo desprotejido.

Finalmente los orcos, ya muy reducidos se dieron a la fuga. Les dejaron huir.

Gri vió como corrian. No sabía si lo que hiba a hacer se debía pero levantó su espada, ensangrentada y rugió:

-¡¡¡¡¡VICTORIA!!!!!

-¡¡¡Victoria!!! -corearon el resto.

Acto seguido Gri se desplomó al suelo, agotado, y todo se volvió oscuro.

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