sábado, 11 de octubre de 2008

EL BANQUETE DE LA MUERTE

En fin, aqui está, cómo en la ONCE, el 10:

CAPÍTULO 10: EL BANQUETE DE LA MUERTE

Gri estaba a punto de caer de su montura, bueno habria caido hace mucho de no ser que le hubiesen atado los pies fuertemente a su caballo Relámpago. El joven llevaba dos días sin dormir, cómo el resto. El grupo galopaba para no forzar a los caballos y no hiban por caminos para no encontrarse con su perseguidor.

Subieron a una colina. Ovservaron su alrededor con sus cansados ojos. No vieron a nadie por allí, sólo lejanos campesino que trabajaban en sus campos. Pero si que vieron Altaim, una ciudad maritima. Entonces Gri se maravilló, sin saber que era, al ver algo que nunca había visto, el mar. Era enorme, en el orizonte sólo había más agua, parecía algo infinito.

-¿Qué es todo esto? -proguntó señalando aquella masa de agua.

-El mar -dijo Pachi.

-Vamos -animó uno de los caballeros- La ciudad esta cerca.

Finalmente llegaron a las murallas de Altaim. Pachi le había contado que esta ciudad antaño fue de los elfos. Eran unas murallas blancas que parecían muros de decoración aún ser defensivas.

La ciudad también era hermosa por dentro. Todas las casa de piedra eran blancas con tejas negras y estaban decoradas con relieves y estatuas muy bellas. Las calles estaban adoquinadas con piedras grises.

Salieron por una puerta secundária de los muros que llevaba por una calzada que subía por un acantilado, encima del cuál había un castillo. Era blanco con una torre de homenaje que tenía acoplada un torreón más alto y muy delgado, era un faro.

-El castillo de Altaim -dijo el Maestro hablando por si mismo- Al fin, amigo...

Subieron por el camino blanco hasta llegar a la puerta del castillo. Les pidieron quiénes eran y los dos caballeros se identificaron. Les abrieron.

Entraron en el patio de armas dónde salió a recibirles una dama, una joven y niño, seguidos por una corte. La dama parecía joven, el niño no tenía más que diez años y la chica unos doce. Todos vestían de luto.

-Biuenos días -dijo la dama con los ojos llorosos- Soy Helra, esposa de Bulbus y señora de Altaim. Estos són mis vástagos Cremei y el pequeño Nacol. Ustedes són los que...

No pudo continuar porqué se puso a llorar.

-Asi és, mi señora -dijo el Maestro inclinandose ante la dama, el resto del grupo hizo lo mismo- Yo soy Brambleburr, mago y amigo de su marido. Estos són mis aprendices Pachi y Gri. Os traigo de vuelta a lo que queda de las tropas que él trajo al desfiladero. Además os ofrezco mi servicio para ayudaros en cuanto pueda.

La dama se sobrepuso e hizo levantar al grupo.

-Muchas grácias -dijo la señora de Altaim- Pero parecéis agotados.

-Hemos estado dos días en vela. Porqué nos han perseguido...

-Vayan a descansar -dijo la dama- Les haré preparar unas habitaciones. Esperen aquí un momento.

-Gracias, mi señora -le agradecieron el grupo.

Los soldados y los caballeros de su grupo se fueron, se llevaron a sus caballos hasta una cuadra y unos criados cojieron el carro con el ataúd de Bulbus. Tambén la dama y toda su corte se fueron.

Al cabo de un rato vino un sirviente que les llevó a un edificio de la plaza. Les mostró a cada uno su habitación y se fue.

Lo primero y único que hizo Gri cuándo le dejaron sólo fue lanzarse sobre la cama para dormirse enseguida.

Despertó dos días después, según le dijo Pachi mientras seguían el Maestro hacia dentro de la torre del homenaje.

Un criado les condujo por una escalera de caracol en dirección al sótano de la torre.

Llegaron a una cípta oscura, iluminada sólo por algúnas llántias de aceite colgantes que le daban un especto tètrico al lugar. Estaba lleno de gente, todos en silencio. En el fondo de la sala había un altar. Gri se fijó que las paredes estaban llenas de ninchos.

A ellos los pusieron a primera fila, al lado de la dama. Maestro y aprendices se cubrieron con sus capuchas.

De la escalera de caracol aparecieron seis caballeros que cargaban con una mesa encima de la cuál reposaba Bulbus, con sus mejores galas y empuñando su hacha de guerra. Mucha gente rompió en llantos. Unos hombres que llevaban unas túnicas oscuras empezaron un cántico.

Depositaron el cuerpo de Bulbus en el altar. Los cánticos cesaron. Un hombre dió un discurso en que alavaba a Bulbus. Gri siempre había odiado aquello de qué cuándo alguien moría era perfecto, para luego caer en el olvido.

Luego del discurso metieron el cuerpo de Bulbus en un nicho qué después sellaron. Luego todos salieron de la cripta.

Esta noche se celebró un banquete en el gran salón del castillo en honor al fallecido. En lugar de ser una celebración solemne, cómo los funerales, todo el mundo pareció abandonarse a los excesos, la música, las drogas y la cerveza. Pero la señora de Altaim era de las pocas personas que mantenía la compostura. Escuchaba al Maestro qué le relataba lo ocurrido durante la batalla y las peripecias que vivieron después.

Pachi y Gri se lo pasaban muy bien. El primero, un poco bebido, hablaba con dos cortesanas, sentadas en su falda, de cómo había luchado con un gigante de las montañas. Gri bailaba sobre una mesa, también algo borracho, mientras unos caballeros lo aclamaban.

De pronto las luces se apagaron, hubo una fuerte explosión y una pared lateral de las sala se derrumbó. La gente gritó, Gri cayó al suelo de cabeza, y algunos caballeros qué podían mantenerse en pie desenfundaron sus espadas.

Entraron en la sala un grupo de hombres que Gri conocía demasiado bién. Eran aquellos malditos mercenarios qué les habían atacado en el río.

-¡Quietos! -rugió el nuevo jefe de los guerreros- ¡Qué no os mováis! ¡Dejad las armas!

Eran una cincuantena y tenían clara ventaja sobre los inferiores y borrachos nobles por lo que obedecieron.

Por dónde había estado la pared entró, a lomos de una extraña béstia voladora, un hombre.

Quando aquel hombre tocó suelo la béstia desapareció. Entonces Gri reconoció al tipo, tenía la mitad de la cara quemada. Drehem, el mago negro.

-¡Buenas noches damas y caballeros! -dijo el mago negro en tono burlón- Perdonen esta entrada. Sólo vengo a visitar a mi buen amigo Brambleburr. ¿Dónde estás, Maestro?

Fue hacia el estrado en dónde había la dama pero de repente apareció el Maestro. El mago negro era más rápido y le lanzó un hechizo de ataque. El Marstro salió despedido. Drehem saltó hacia la señora de Altaim, que intentó escapar. La agarró, poniendola como escudo, sacó un cuchillo y se lo puso al cuello de la dama.

-¡Que nadie se mueva o la mato! -advirtió el mago negro.

El Maestro no supo que hacer, igual que el resto.

-Sueltala -dijo el Maestro en tono relajado- Por favor, Drehem, sueltala.

-No, Maestro -dijo mientras retorcedía hacía la pared destruida- ¿Por qué debería hacerlo?

-Porqué ella no tiene nada que ver, igual que el resto -dijo el Maestro- Es algo entre tú y yo.

-Te equivocas. Si que tienen que ver...

-¿Asi?

Mientras el mago negro soltaba estupidas reflexiones suyas Gri vió que detrás de él, sobre una mesa, relucía un cuchillo para cortar la carne. Tuvo una idea, arriesgada, pero era lo único que podía hacer.

Formuló un hechizo en voz baja. El cuchillo levitó. Era algo complicado para su nivel. Con la mano dirigió el arma. Se clavó en la espalda del mago negro.

Drehem chilló de dolor. La dama consiguió zafarse de su cautor. El Maestro pronunció un hechizo. El mago negro no tuvo tiempo de esquivarlo y salió despedido. Lanzó un contrahechizo y empezó el combate.

Uno de los caballeros aprovechó la distracción de los mercenario. Recojió su espada y atravesó a un enemigo. Esto vastó para que el resto de nobles se enzarzara en la lucha. Pachi empuñó su espada y ayudó a los caballeros. Gri, en cambio, quiso ayudar al Maestro.

Drehem estaba atacando con fuerza. Imbocó a un elemental de aire qué atacó al Maestro. Este le respondió llamando a un elemental de tierra. Los dos seres chocaron. Hubo un estallido. La ona expansiba hizo tambalear a todo el mundo.
El Maestro estaba más agotado que su rival. Intentó un hechizo de terremoto. El otro se apartó a tiempo y lanzó un fogonazo verde. El hechizo dió de pleno contra el Maestro. Se derrumbó, no se movía.

A Gri se le paró el corazón. Drehem se acercó al Maestro. Este último levantó con dificultad la cabeza.

-Tus días terminaron, Maestro... -dijo con satisfacción el mago negro.

-Drehem, porfavor -suplicó el Maestro- Vuelve en si... Se que puedes.

-Tú no me conoces... -dijo fríamente Drehem levantando la mano- El aprendiz que conociste murió hace ya mucho tiempo...

Empezó a pronunciar un hechizo. En su mano se formó una bola de energía que crecía constantemente.

-¡¡¡Nooo!!! -bramó Gri saltando hacía el mago negro.

Este se volvió hacía el muchacho y le dedicó una sonrisa. Le lanzó el ataque.

Durante esos escasos segundos Gri no supo que hacer. Finalmente formuló un hechizo espejo y concentró en el todas sus fuerzas. No acabó de formularlo del todo. Sintió cómo si le hubieran dado un fuerte golpe en sus costillas. Hoyó un bramido que expresaba más de lo que uno puede aguantar. Cayó al suelo.
Casi enseguida abrió los ojos. Vió cómo Drehem, bramando de dolor, salía despedido por la pared y caía al acantilado. Pero, de pronto, se hoyó un rugido. El mago negro habia huydo, montando en su mágico pájaro.

Gri íntentó levantarse pero no pudo. Sentía un fuerte dolor en sus costillas derechas.

Se le acercó Pachi.

-¡Gri! -exclamó- ¡¿Que te a pasado?!

-Me a dado con un hechizo...

Pachi le examinó el pecho.

-No te preocupes, Gri -dijo Pachi intentando calmarse- Te haré un hechizo de curación.

El mago le aplicó una fórmula mágica. Gri se sintió mejor ý consiguió levantarse. Los caballeros habían matado a todos los mercenarios.

-Pachi... -dijo con dificultad- el Maestro... está grave...

Entonces Pachi vió que el mago aún seguía tendido en el suelo. Los dos aprendices fueron en su ayuda.

El mago parecía inconsiente. Tenía su costado izquierdo quemado. Vieron que respiraba. Pachi le zarandeó con desesperación.

-¡Maestro! -suplicó Pachi- ¡Contesta!

Al fin el hombre abrió lentamente los ojos. Les miró a los ojos.

-Pachi... -susurró con dificultad- Acercate...

El otro obedeció.

-Pachi... No me queda mucho...

-Maestro, no digas tonterías -dijo el aprendiz.

-No... No son tonterías... Pachi... Mi fin a llegado... Hazme un favor...

-Como ordenes -dijo llorando el aprendiz.

El Maestro paró un momento.

-Lleva a Gri... Llévalo a Karhzah... Pide audiencia con el rei Throk...

-Si ¿Qué más?

-Preguntale... dónde vive... el Ermitaño... Dale este anillo -dijo el hombre mientras se sacaba un anillo de plata con una piedra azul incrustada y se lo daba a Pachi- Él lo entenderá...

-Cómo ordenes... -dijo Pachi con desesperación.

El Maestro sonrió con dificultad.

-Ve a por el Ermitaño... -dijo el mago- Él... os lo contará todo...

Los ojos del Maestro se apagaron.

Ambos rompieron a llorar sobre el cuerpo sin vida del Maestro. Gri no lo creía, no podía creerlo, pero así era. El Maestro estaba muerto.

No hay comentarios: