lunes, 6 de octubre de 2008

HARALDIM, DE CAMINO AL BOSQUE DE LAS BAYAS

Aquí está el capítulo 6:

CAPÍTULO 6: HARALDIM, DE CAMINO AL BOSQUE DE LAS BAYAS

Se quedaron tres días más en el campamento. Los enanos ya habían partido hacia el muro del Desfiladero del Norte para qué los orcos no pudieran volver a penetrar en Orvingut. Además, Bulbus, el fallecido amigo del Maestro, le había pedido, en un último deseo, que llevara su cuerpo a su ciudad natal, Altaim y que fuera enterrado en su castillo.

Mientras se preparaba el cuerpo del noble, Pachi y Gri ayudaron a los hombres, que haún estaban desconcertados por la desaparición del misterioso guerrero, a enterrar a sus caydos y a desmontar el campamento.

Cuando al fin el cuerpo de el difunto estubo listo, fue depositado en un improvisado ataúd de madera. Ponieron el ataúd en un carro.

Entonces el Maestro se reunió con lo que quedaba de guardia de Bulbus, dos caballeros y siete lanceros, y Con Gri y Pachi.

-Bien... -dijo el Maestro- He dado instrucciones. Todos los nobles se llevarán a sus respectivas tropas. Nosotros ya podemos partir.

Dicho eso, el mago montó en su caballo. Los dos jovenes y los caballeros lo imitaron. El mago miró un momento atrás para aesegurarse de que estaban todos listos. Luego se volvió hacia su caballo lo espoleó y empezó a andar. El resto le siguieron.

Durante dos semanas, el grupo recorrió verdes campos, siempre siguiendo el curso de Rio Tranquilo. Casi nunca se cruzaron con pueblo alguno. Durante este tiempo, Gri pudo practicar la percepcción mágica, los primeros hechizos básicos, cómo hacer levitar una piedra o encender un fuego y empezó a aprender a leer y a escribir en idioma arcano. Durante sus ratos libres en que no practicaba mágia, Pachi le enseñaba, a escondidas, a luchar con una espada que había robado de los hombres, ya que el Maestro le prohibía tener una.

Finalmente, un día llegaron a una puequeña ciudad que se asentaba en ambas orillas del río, unidas sólo por un puente de madera.

-¿Dónde estamos? -preguntó Gri a Pachi.

-En Haraldim -respondió Pachi- Nos desviamos un poco de Altaim ¿No crees Maestro?

-Lo sé -dijo simplemente- Iremos a Altaim. Pero primero pasaremos por el Bosque de las Bayas.

Los caballeros se quedaron boquiaviertos.

-Perdon mi señor -dijo uno- ¿No deberíamos ir a Altaim?

-Ya he dicho qué si, sólo nos desviamos un poco. Por cierto vigilad al entrar y proteged, no sólo el carro, también vuestras vidas, este lugar no es seguro.

Haraldim era una ciudad llena de pobreza. Los pocos edificios importantes eran la ayuntamiento, dos templos y algunas casas de burgeses de clase alta, que se reunian alrededor de los tres primeros. El resto eran barrios marginales enteros de chabolas desordenados. Había pesquerías y algunos campos de trigo, que eran sus principales actividades econòmicas, además del comercio. No era una ciudad bonita ni haún menos agradable a simple vista.

Pero cuando entraron en la ciudad, Gri se quedó más impresionado que antes. Era un ervidero de gente, principalmente hombres, aunque también había algunos enanos. En las tabernas se peleaban los borrachos, en los bourdeles el sexo para todos los gustos y condiciones, en las calles algunos estafadors robaban a los desprevenidos caminantes o los ladrones huyan de los guardias de la ciudad.

Gri nunca había estado en una ciudad. Era algo nuevo para él. Lo observaba todo.

Andaron por una avenida sucia de barro y bsura, los habitantes los observaban con curiosidad.

Finalmente llegaron a una plaza que daba al río. Había algunos edificios importantes, uno de los dos templos, el ayuntamiento, el puerto comercial y el puente.

Dejaron el carro vijilado por los soldados y el resto del grupo se fueron al puerto.

Entraron. Era una sola sala de madera enorme donde se apilaban cajas y sacos dónde se guardaban los productos de importación y exportación. La pared que daba al río no existía, sólo estaba lleno de pasarelas con algunos barcos anclados, Había una gran actividad. Los comerciantes discutían con sus homólogos ofertas y precios mientras los marineros hiban cargando y descargando más productos.

-¿Qué hacemos aquí, mi señor? -preguntó uno de los caballeros, visiblemente molesto, al Maestro.

-Conseguir un barco. Esperadme aquí.

El mago se largó.

Los otros esperaron una larga media hora hasta que el Maestro regresó seguido de un hombre vajito.

-Este señor es Grahem, un comerciante -dijo el Maestro señalando al hombre- Nos ofrece su barco. Trabajaremos cómo su escolta. Hace escala en el Bosque de las Bayas. Zarpa de aquí a dos días. Además nos deja hospedarnos en su casa.

El hombre les dedicó una reverencia.

Durante esos días el Maestro lé hizo clases más intensivas de mágia con lo que mejoró bastante deprisa.

Llegó el día de zarpar. Cargaron el carro con el ataúd de Bulbus junto al resto de cargamento. Salieron de la ciudad a las siete de la mañana, seguían la corriente del Río Tranquilo. Durante la mañana, Gri le preguntó a Pachi el porqué de aquel desvío.

-Creo que és por mi. El Maestro dice qué ya estoy listo para presentarme a las pruebas de mágia y ser un mago básico pero no sé.

-¿Y qué harás cuando seas mago?

-Me quedaré un tiempo con el Maestro para aprender más. Y si consigo tener el rango de Maestro, como él, podré tener...

No acabó la frase, una saeta lanzada desde algún lugar oculto se le clavó en el antebrazo. El joven cayó al suelo, gimiendo de dolor. Gri se arrodilló para ayudarlo. Mas flechas pasaron silbando por sobre de su cabeza.

-¡¿Estás bien?! -preguntó el joven.

-¡¿Tengo pinta de estar bien?! ¡Mierda, nos atacan!

El grumete gritó:

-¡A cubierto! ¡Nos atacan! ¡¡¡Ahhh!!!

El hombre cayó del mástil, con una flecha en el pecho, y se hundió en el agua.

Los marineros se escondieron y los lanceros se cubrieron detrás de sus escudos.

Entonces apareció en la cubierta el Maestro, seguido de Grahem y los caballeros.

-¡Maldita sea! -gimió el comerciante- ¡Seguro! ¡Són mercenarios contratados por algún mercader!

De entre los matorrales de las dos riberas salieron cinco botes alargados. Cada bote tenía diez mercenarios que gritaban cómo locos. Desde la rivera, siguieron disparando saetas.

El Maestro estaba organizando a los guerreros y a los marineros.

-¡Maestro! -gritó Gri- Pachi está herido.

-¿Está grave?

-¡No!

-¡Pues llévatelo a dentro!

El muchacho obedeció se lo llevó al camarote de la tripulación

-¡Quedate aqui! -le ordenó Gri.


Entonces Gri hoyó a un hombre, el jefe de los mercenarios.

-¡Bien, Grahem! ¡Danos toda tu mercancía y te perdonaremos la vida!

-Lo único que os daré sera la muerte -gritó el mercader.

-¡Tú lo has querido!

El joven dejó a su amigo allí y se fue a la bodega, donde tenía su caballo y su escaso equipaje. Cojió su espada. Slió corriendo del lugar. Volvió a la cubierta.


Los mercenarios ya estaban allí luchando contra los marineros y soldados. Llebaban ligeras armillas de cuero, escudos y todo tipo de armas, desde lanzas, hasta mazas pasando por ballestas. La tripulación del barco era muy inferior y estaba muy mal equipada. Sólo llevaban porras de manera.

Pero el Maestro estaba decantando la lucha a su favor. El mago no vió a uno de los hombres que venía por su espalda, con una maza.

-¡Cuadado! -gritó Gri.

Pero era demasiado tarde. El mercenario le dió un golpe a la cabeza. El Maestro cayó de bruces a la cubierta.

Gri se enfureció. Gritó y atacó al hombre. No tuvo tiempo de esquivar al joven. Le asestó un golpe al cuello. La cabeza del mercenario se separó del cuerpo.

El muchacho atacó a otro, pero éste lo vió venir y le paró la espada. La arma del joven cayó al suelo. Antes de que pudiera cojerla el hombre ya se le había lanzado encima.

Fue atado con el resto de la tripulación. Vió al Maestro, inconsciente.

-Bueno -dijo el jefe de los mercenarios- ¿A quién mato primero?

Fue mirando a los marineros. Se fijó en Gri.

-¡Baya, baya! ¡Mirad muchachos! -dijo el mercenario con malicia- ¡Aquí hay un mocoso!

Los mercenarios se acercaron al chico. El jefe se arrodilló ante Gri. El joven tenía los ojos cerrados mostrando una expresión tranquila. El mercenario rió.

-¿No me tienes miedo, mocoso? ¿No tienes miedo a morir? ¿De que te corte el cuello aquí mismo?

Gri abrió los ojos. El mercenario se asustó de la mirada del joven. No era una mirada de miedo si no serena y penetrante.

-¿Crees que te tengo miedo? ¿A ti? -se mofó Gri- Tú no me conoces. He estado cerca de la muerte muchas veces. He sufrido la pèrdida de los seres queridos. He peleado contra terrorificos monstruos, y a pesar de ello, he sobrevivido. ¿Crees que tendré miedo de un patético mercenario cómo tú?

Acto seguido, Gri le escupió al mercenario en la cara. El hombre se llevó la mano en la ensuciada cara. Tanto los cautivos cómo los mercenarios contuvieron la respiración ante la rebeldía del muchacho.

-Pues aquí termina tu corta vida, mocoso -dijo el hombre mientras levantaba una espada.

-Perfecto... -dijo con frialdad Gri.

La espada cortó el aire. Ya casi había llegado al cuello del joven. Se hoyó un chasquido. Hubo un flash de luz. Y el hombre se paró en seco y cayó al suelo gritando de dolor, tenía una herida mortal en la espalda. Gri miró de dónde provenía aquel hechizo.

De la puerta de detrás del mercenario, que llevaba a los camarotes, apoyandose en el humbral, sujetando una espada, estaba Pachi.

Los mercenarios miraron con temor y odio al joven aprendiz pero no se atrevieron a acercarse a él. Fue el joven quién tomó la iniciativa.

Lanzó un par de hechizos más. Los mercenarios salieron despedidos o fulminados. Los guerreros se lanzaron sobre él. Aún tener un brazo herido, el joven se defendía con bravura. Se movía muy rápido y lanzaba muchos hechizos seguidos. Gri se quedó impresionado. Pachi acabó con la mayoría de mercenarios. El resto huieron, tirandose por la borda. No los persiguió.

Pachi destaó a los cautivos. Se curó la herida de su brazo y despertó al Maestro.
Con ese retraso, el barco continuó navegando por las aguas del Río Tranquilo.
Antes de hirse a dormir, Gri le preguntó al Maestro por su desvio.

-Pues bien... -contestó el Maestro- En primer lugar para informar de que te tengo cómo aprendiz, en segundo para que Pachi pueda hacer con tranquilidad la prueba mágica...

-¿Y algo más?

-Nada que te interese...

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